Boletín: Bibliografia sobre VIOLENCIA
VIOLENCIA*
*esta bibliografía ha sido realizada por la NEL a la ocasión de sus Jornadas Violencias y pasiones, 21,22 y 23 de octubre 2016. Agradecemos este trabajo y esperamos ampliarlo a partir de lo que estamos investigando sobre la violencia en los niños y adolescentes.
Índice
Índice
Jacques
Lacan
1.
Distinción entre agresividad y violencia
- Cuándo es analizable
2.
Masoquismo primordial, trauma, pulsión
- Celos, masoquismo primordial, pulsión de muerte
- Traumatismo, vida, brutalidad opaca
-
Violencia, pulsión, dolor, sadomasoquismo
- Identificación, narcisismo
- Pegan a un niño
3.
Violencia en el lenguaje y en la práctica del psicoanálisis
- Filosofía, poesía y violencia del uso de la lengua
- Análisis de las resistencias, interpretación y violencia
- Agresividad en la
transferencia
4.
Violencia, realidad, sociedad
Jacques Lacan
1. Distinción entre agresividad y violencia
-Cuándo es analizable
El
Seminario, Libro 5, Las formaciones del Inconsciente,
Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 467-468
¿Qué se quiere decir por ejemplo cuando se habla del advenimiento
del análisis de la agresividad? (…) Los analistas en formación se encontraban y
decían ¾¿Y tú, ya la has analizado bien tu
agresividad? La agresividad provocada en la
relación imaginaria con el otro con minúscula no se puede confundir con el
conjunto de la potencia agresiva.
Para recordar cosas inmediatamente evidentes, la violencia es
ciertamente lo esencial en la agresión, al menos en el piano humano. No es la
palabra, incluso es exactamente lo contrario. Lo que puede producirse en una
relación interhumana es o la violencia o la palabra. Si la violencia se
distingue en su esencia de la palabra, se puede plantear la cuestión de saber
en qué medida la violencia propiamente dicha ¾ para distinguirla
del uso que hacemos del término agresividad ¾ puede ser
reprimida, pues hemos planteado como principio que en principio solo se podría
reprimir lo que demuestra haber accedido a la estructura de la palabra, es
decir, a una articulación significante. Si lo que corresponde a la agresividad
llega a ser simbolizado y captado en lo que es el mecanismo de la represión,
inconsciencia, de lo que es analizable e incluso, digámoslo de forma general,
de lo que es interpretable, ello es
a través del asesinato del semejante, latente en la relación imaginaria.
“La agresividad en psicoanálisis”, Escritos 2, Siglo XXI editores, 1983, p. 66-68
Tesis I: La agresividad
se manifiesta en una experiencia que es subjetiva por su constitución misma.
(…)
Solo un sujeto puede comprender su sentido, inversamente, todo fenómeno de
sentido implica un sujeto”.
Tesis II: La
agresividad, en la experiencia, nos es dada como intención de agresión y como
imagen de dislocación corporal, y es bajo tales modos como se demuestra eficiente.
La
experiencia analítica nos permite experimentar la presión intencional (…)
Podemos casi medirla en la intención reivindicadora que sostiene a veces todo
el discurso, en sus suspensiones, sus vacilaciones, sus reflexiones y sus
lapsus, en las inexactitudes del relato, las irregularidades en la aplicación
de la regla, los retrasos en las sesiones, las ausencias calculadas, … mientras
que las violencias propiamente dichas son tan raras como lo implican la
coyuntura de emergencia que ha llevado al enfermo al médico, y su
transformación, aceptada por el primero, en una convención de diálogo.
(…)
…las
hay [imagos] que representan los
vectores electivos de las intenciones agresivas, a las que proveen de una
eficacia que podemos llamar mágica. Son las imágenes de castración, de
eviración, de mutilación, de desmembramiento, de dislocación, de
destripamiento, de devoración, de reventamiento del cuerpo, en una palabra las imagos
que personalmente he agrupado bajo la rúbrica que bien parece ser
estructural de imagos del cuerpo
fragmentado.
2.
Masoquismo
primordial, trauma, pulsión
- Celos, masoquismo
primordial, pulsión de muerte
“Los complejos familiares en la formación del
individuo”, Otros Escritos, Buenos
Aires, Paidós, 2012, p. 50-51
…Los
celos pueden manifestarse en casos en que el sujeto, destetado desde hace
mucho, no está en situación de competencia vital respecto a su hermano. El
fenómeno parece pues exigir cierta identificación con el estado del hermano.
Por lo demás, la doctrina psicoanalítica, al caracterizar como sadomasoquista
la tendencia típica de la libido en ese mismo estadio, subraya ciertamente que
la agresividad domina entonces la economía afectiva, pero también que siempre
es al mismo tiempo actuada y sufrida, o sea, soportada por una identificación
con el otro, objeto de la violencia.
Recordemos
que este papel de íntimo doble que desempeña el masoquismo en el sadismo fue
puesto de relieve por el psicoanálisis y que es el enigma planteado por el
masoquismo en la economía de los instintos vitales lo que condujo a Freud a
afirmar un instinto de muerte.
Si
se quiere seguir la idea que hemos indicado más arriba y designar como hicimos
en el malestar del destete humano la fuente del deseo de muerte, se reconocerá
en el masoquismo primario el momento dialéctico en el que el sujeto asume
mediante sus primeros actos de juego la reproducción de ese mismo malestar y,
de este modo, lo sublima y lo supera. Es exactamente así como se le revelaron
los juegos primitivos del niño al ojo experto de Freud: esta alegría de la
primera infancia al arrojar un objeto fuera del campo de su mirada, y luego,
una vez reencontrado al objeto, renovar inagotablemente la exclusión,
significa, sin duda, que es lo patético del destete lo que el sujeto se inflige
de nuevo, tal como lo sufrió, nuevamente es lo patético del destete, tal como
lo ha soportado, pero él ahora triunfa puesto que es activo en su reproducción.
Es la identificación con el hermano lo que permite completar el
desdoblamiento así esbozado en el sujeto: ella provee la imagen que fija uno de
los polos del masoquismo primario. Así, la no violencia del suicidio primordial
engendra la violencia del asesinato imaginario del hermano. Pero esta violencia
no tiene relación con la lucha por la vida. El objeto elegido por la
agresividad es, en efecto, sonajero o
escoria,
biológicamente indiferente; el sujeto lo
borra gratuitamente, de algún modo, y así no hace más que consumar así
la pérdida del objeto materno. La imagen del hermano no destetado solo atrae
una agresión especial porque repite en el sujeto
la imago de la situación materna y con ella el deseo de la muerte. Este
fenómeno es secundario a la identificación.
-Traumatismo, vida, brutalidad opaca
El Seminario, Libro 5, Las
formaciones del Inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 474
El famoso traumatismo del que se partió, la famosa escena primitiva
que entra en la economía del sujeto e interviene en el corazón y en el
horizonte del descubrimiento del inconsciente, ¿qué es? -sino un
significante cuya incidencia en la vida he empezado articular hace un momento.
El ser vivo es captado como vivo, en canto vivo, pero con ese desvío, esa
distancia, que es precisamente la que constituye tanto la autonomía de la
dimensión significante como el traumatismo
o la escena primitiva. ¿Qué es, pues? -sino aquella vida que se capta en una horrible
apercepción de sí misma, en una extrañeza tota, en su brutalidad opaca, como
puro significante de una existencia intolerable para la propia vida, tan pronto
se parta de ella para ver el traumatismo y la escena primaria. Es algo de la
vida que se le manifiesta a sí misma como significante en estado puro y no
puede articularse de ninguna manera ni resolverse. En cuanto Freud empieza a
articular lo que es un síntoma, implica el trasfondo del significante con
respecto al significado en la formación de todo síntoma.
-Violencia, pulsión, dolor, sadomasoquismo
El
Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del inconsciente,
Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 190-191
De modo que en este texto [Las pulsiones y sus destinos]
encontramos la clave, el nudo, de lo que tanto ha obstaculizado la
comprensión
del masoquismo. Freud articula de la forma más firme que el dolor nada tiene
que ver con el punto de partida de la pulsión sadomasoquista. Se trata de una Herrshaft, de una Bewältigung, ¿de una violencia ejercida sobre qué? -
sobre algo que carece a tal punto del nombre que Freud
decide y, a la vez, vacila, en dar como su primer modelo, en conformidad con
todo lo que aquí les expongo, la violencia que ejerce el sujeto sobre sí mismo,
en aras del ejercicio de un dominio.
Freud
retrocede y no le faltan razones. El asceta que se flagela lo hace para un
tercero. Ocurre que no es eso lo que Freud quiere captar -solo quiere
designar el retorno, la inserción en el cuerpo propio, del punto de partida y
del final de la pulsión.
Freud
pregunta ¿en qué momento vemos
introducirse la posibilidad del dolor
en la pulsión sado-masoquista? Posibilidad del dolor padecido por lo que en
ese momento se ha convertido en el sujeto de la pulsión. Es el momento, dice
Freud, en que el lazo se ha cerrado, en que ha habido una reversión de un polo
al otro, en que el otro entró en juego, en que el sujeto se tomó como término,
terminal, de la pulsión. En ese preciso momento entra en juego el dolor en la
medida en que el sujeto lo padece del otro. En esta deducción teórica se convertirá,
podrá convertirse, en sujeto sádico, en la medida en que la vuelta completa del
lazo de la pulsión haya hecho intervenir la acción del otro. Aquí vemos, al
fin, qué pasa con la pulsión -el camino de la pulsión es la única forma de transgresión permitida
al sujeto con respecto al principio del placer.
El sujeto se dará cuenta de que su deseo no es más que un vano rodeo
para pecsar, para engarzar, el goce del otro -en la medida en que al
intervenir el otro, el sujeto se dará cuenta de que hay un goce más allá del
principio del placer.
-Identificación, narcisismo
“La agresividad
en psicoanálisis”, Óp. Cit., p. 73-82
Tesis IV: La
agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que
llamamos narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de entidades característico
de su mundo.
(…) Por eso se confunden los dos momentos en que el sujeto se niega
a sí mismo y en que hace cargos al otro, y se descubre ahí esa estructura
paranoica del yo que encuentra su análogo en las negaciones fundamentales
puestas en valor por Freud en los tres delirios de celos, de erotomanía y de
interpretación. Es el delirio mismo de la bella alma misántropa, arrojando
sobre el mundo el desorden que hace su ser.
La
experiencia subjetiva debe ser habilitada de pleno derecho para reconocer el
nudo central de la agresividad ambivalente, que nuestro momento cultural nos da
bajo la especie dominante del resentimiento,
hasta en sus más arcaicos aspectos en el niño.
(…)
Al
mostrarnos lo primordial de la “posición depresiva”, el extremo arcaísmo de la
subjetivación de un kakón, Melanie
Klein hace retroceder los límites en que podemos ver jugar la función subjetiva
de la identificación, y nos permite particularmente situar como absolutamente
original la primera formación del superyó.
(…)
Del
mismo modo que la opresión insensata del superyó
permanece en la raíz de los imperativos motivados de la conciencia moral,
la furiosa pasión, que especifica al hombre, de imprimir en la realidad su
imagen es el fundamento oscuro de las mediaciones racionales de la voluntad.
(…)
…
Sin embargo, no se podría acenturar demasiado el carácter irreductible de la
estructura narcisista y la ambigüedad de una noción
[oblatividad]
que tendería a desconocer la constancia de una tensión agresiva en toda vida
moral que supone la sujeción a esa estructura: ahora bien, ninguna oblatividad
podría liberar su altruismo.
-Pegan
a un niño
El
Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Paidós,
Buenos Aires, 2014, p. 140-141
Henos aquí, entonces, llevados por Freud desde el punto inicial
hasta el corazón mismo del ser, donde se sitúa la más intensa cualidad del amor
y del odio. En efecto, aquí se presenta al otro niño como sometido -por la
violencia, por el capricho, del padre- al máximo de la
degradación, de la desvalorización simbólica, como absolutamente frustrado,
privado, del amor. El odio apunta en él a su ser, apunta en él a lo que se
demanda más allá de toda demanda, a saber, al amor. La denominada afrenta
narcisista que se hace al sujeto odiado es aquí total.
El carácter de la degradación subjetiva que el niño liga a su
encuentro con el primer castigo corporal deja huellas diversas según las
modalidades de su repetición. En la época en que vivimos, ahorramos a los niños,
en gran medida, tales cosas. No obstante, todo el mundo puede constatar que, si
un niño que nunca fue golpeado llega a ser alguna vez, totalmente, objeto de
algunas sevicias, por más justificadas que estén, esa experiencia tiene para
él, al menos en ese instante, consecuencias postradoras que no podríamos
considerar con antelación.
3.
Violencia en
el lenguaje y en la práctica del psicoanálisis
-Filosofía, poesía y violencia del uso de la lengua
El
Seminario, Libro 24, Lo no sabido que sabe de la una- equivocación,
clase 14, inédito
La
poesía se funda precisamente sobre esta ambigüedad de la que hablo, y que califico
de doble sentido.
Ella parece resultar
de la
relación del significante al significado, y se puede decir en cierto
modo que es imaginariamente simbólica. Si en efecto la lengua — es de ahí que
Saussure toma su punto de partida — es el fruto de una maduración, de una
madurez, que se cristaliza en el uso, la poesía resulta de una violencia hecha
a este uso, de la que tenemos algunas pruebas — si evoqué la vez pasada a Dante
y la poesía amorosa, es precisamente para marcar esta violencia. La filosofía
hace todo para borrarla, por lo cual ella es el campo de ensayo de la estafa.
Es por eso que, también, no se puede decir que la poesía no juegue allí a su
manera, inocentemente, lo que he connotado recién como lo imaginariamente
simbólico. Eso se llama la verdad.
-Análisis
de las resistencias, interpretación y violencia
El
Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos
Aires, Paidós, p. 85-86
A partir de aquí, observen ustedes lo paradójica que es la posición
del analista. Es en el momento en que la palabra del sujeto es más plena cuando yo, analista, podría
intervenir. ¿Pero sobre qué intervendría?: sobre su discurso. Ahora bien,
cuanto más íntimo le es al sujeto su discurso, más me centro yo sobre este
discurso, más me siento llevado, yo también, a aferrarme al otro, es decir, a
hacer lo que siempre se hace en ese famoso análisis de las resistencias, buscar
el más allá del discurso, más allá, piénsenlo bien, que no se encuentra en
ningún sitio; más allá que el sujeto debe realizar, pero que justamente no ha
realizado y que está entonces constituido por mis propias proyecciones, en el
nivel en que el sujeto lo realiza en ese momento.
(…)
Cuando decimos que interpretamos las resistencias nos topamos con
esta dificultad: ¿cómo operar en un nivel de menor densidad de relación de la
palabra? ¿Cómo operar en esa inter psicología, del ego y del alter-ego, a la
que nos reduce la degradación misma del proceso de la palabra? En otros términos
¿cuáles son las relaciones posibles
entre
esa intervención de la palabra que es la interpretación y el nivel del ego en
tanto que siempre supone correlativamente al analizado y al analista? ¿Qué
podemos hacer para aún manejar válidamente la palabra en la experiencia
analítica, cuando su función se ha orientado en el sentido del otro hasta un
punto tal que ha dejado de ser mediación, para ser sólo violencia implícita,
reducción del otro a una función correlativa del yo del sujeto?
Se
dan cuenta ustedes de la naturaleza oscilante de este problema. Nos conduce
nuevamente a esta pregunta: ¿qué significa ese apoyo tomado en el otro? ¿Por
qué el otro se vuelve cada vez realmente menos otro cuanto más asume
exclusivamente esta función de apoyo?
En
el análisis se trata de salir de este círculo vicioso. (…) El mismo problema puede
también formularse de otro modo. ¿Por qué el sujeto cuanto más se afirma como
yo, más se aliena?
Ibídem, p. 93-94
[Decía Freud]: «Cuando
oía a Bernheim interpelar a un enfermo poco dócil con las palabras: ¿Qué hace
usted? ¡Vous, vous contre suggestionnez!, no podía dejar de pensar que aquello
constituía una injusticia y una violencia. El sujeto poseía un evidente derecho
a contrasugestionarse cuando se le intentaba dominar por medio de la sugestión.
Esta resistencia mía asumió después la forma de una rebelión contra el modo de
pensar según el cual la sugestión, que todo lo explicaba, no necesitara de
explicación alguna, y me repetí, refiriéndome a ella, la antigua pregunta
chistosa: —Cristóbal llevaba a Cristo, Cristo sostenía el mundo entero. Decidme
entonces ¿dónde apoyaba sus pies Cristóbal?»
Verdadera
rebelión pues la que experimentaba Freud ante la violencia que puede implicar
la palabra. Esta tendencia potencial del análisis de las resistencias, que Z*
testimoniaba el otro día, es precisamente el contrasentido que debe evitarse en
la práctica del análisis. Creo que, al respecto, este pasaje tiene todo su
valor y merece citarse.
-Agresividad
en la transferencia
“La agresividad en psicoanálisis”, Óp. cit., p. 70-71
Tesis
III: Los resortes de agresividad deciden
de las razones que motivan la técnica del análisis
Queremos evitar esa emboscada, que oculta ya esa llamada, marcada
por el patetismo eterno de la fe, que el enfermo nos dirige. Implica un
secreto. “Échate encima -nos dicen- este mal que pesa sobre mis hombros,
pero tal como te veo, ahito, asentado y confortable, no puedes ser digno de
llevarlo.”
Lo que aparece aquí como reivindicación orgullosa del sufrimiento
mostrará su verdadero rostro -y a veces en un momento bastante decisivo para entrar en esa
“reacción terapéutica negativa” que retuvo la atención de Freud-
bajo la forma de esa resistencia del amor propio, para
tomar este término en toda la profundidad que le dio La Rochefoucauld y que a
menudo se confiesa así: “No puedo aceptar el pensamiento de ser liberado por
otro que por mí mismo.”
(…)
Debemos sin embargo poner en juego la agresividad del sujeto para
con nosotros, puesto que esas intenciones, ya se sabe, forman la transferencia
negativa que es el nudo inaugural del drama analítico.
Este fenómeno representa en el paciente la transferencia imaginaria
sobre nuestra persona de una de las imagos más o menos arcaicas que, por un
efecto de subducción simbólica, degrada, deriva o inhibe el ciclo de tal
conducta que, por un accidente de represión, ha excluido del control del yo tal
función y tal segmento corporal, que por na acción de identificación ha dado
forma a ral instancia de la personalidad.
Puede verse que el más azaroso pretexto basta para provocar la
intención agresiva, que reactualiza la imago,
que ha seguido siendo
permanente
en el plano de sobredeterminación simbólica que llamamos el inconsciente del
sujeto, con su correlación intencional.
“Introducción
al comentario de Jean Hyppolite”, Escritos 2, Siglo XXI editores, México,
1983, p. 136
…no
dejarán ustedes de obtener alguna respuesta actual al patentizar la agresividad
del sujeto para con ustedes, e incluso al mostrar alguna finura en reconocer en
ello bajo un modo contrastado su “necesidad de amor”. Después de lo cual el
arte de ustedes verá abrirse para él el campo de los manejos de la defensa.
¡Vaya negocio!
¿No sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite
empieza el dominio de la violencia, y que reina ya allí, incluso sin que se la provoque?
4.
Violencia,
realidad, sociedad
El
Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, 2014, p. 403
En efecto, el mundo de los abogados estadounidenses no solo es un
campo importante de nuestro universo, sino que en la actualidad me parece que
es el mundo más elaborado que podamos definir en cuanto a la relación con la
realidad -o al menos con lo que así se denomina. O sea que nada falta en un
abanico que parte de cierta relación de violencia -cuya presencia es esencial,
fundamental, siempre exigible, para que no pueda decirse que la realidad esté
allí elidida en modo alguno- y que se extiende hasta esos
refinamientos de procedimiento que permiten insertar en este mundo toda clase
de novedades paradójicas que están definidas por una relación con la ley que,
en lo esencial, está constituida por los rodeos necesarios para obtener su más
perfecta violación.
“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, Escritos 2, Siglo XXI editores, México,
1981, p. 322
[A propósito de la dialéctica del amo y del esclavo, de Hegel] Pero
la muerte, justamente por ser arrastrada a la función de la puesta en
juego -apuesta más honesta que la de Pascal aunque se trate también de un
póker, puesto que aquí la puja es limitada- muestra a la vez
lo que queda eludido de una regla previa tanto como del reglamento conclusivo.
Pues a fin de cuentas es preciso que el vencido no perezca para que se convierta en esclavo. Dicho de otra
manera, el pacto es siempre previo a la violencia antes de perpetuarla, y lo
que llamamos lo simbólico domina lo imaginario, en lo cual puede uno
preguntarse si el asesinato es efectivamente el Amo absoluto.
“La agresividad
en psicoanálisis”, Óp. cit., p. 84-85
Tesis V: Semejante
noción de la agresividad como de una de las coordenadas intencionales del yo
humano, y especialmente relativa a la categoría del espacio, hace concebir su
papel en la neurosis moderna y en el malestar de la civilización.
La preeminencia de la agresividad en nuestra civilización quedaría
ya suficientemente demostrada por el hecho de que se la confunde habitualmente
en la moral media con la virtud de la fuerza.
(…)
La relativización de nuestra sociología por una recopilación
científica de las formas culturales que destruimos en el mundo, y asimismo los
análisis, marcados con rasgos verdaderamente psicoanalíticos, en los que la
sabiduría de un Platón nos muestra la dialéctica común a las pasiones del alma
y de la ciudad, pueden esclarecernos sobre las razones de esta barbarie. Es a
saber, para decirlo en la jerga que responde a nuestros enfoques de las
necesidades subjetivas del hombre, la ausencia creciente de todas esas
saturaciones del superyó y del ideal del yo, que se realizan en toda
clase de formaciones orgánicas de las sociedades llamadas tradicionales, formas
que van desde los ritos de la intimidad cotidiana hasta las fiestas periódicas
en que se manifiesta la comunidad. Ya solo las conocemos bajo los aspectos más
netamente degradados... Comunidad inmensa -en el límite, en la anarquía
“democrática” de las pasiones y su nivelación
desesperada por el “gran moscardón alado” de la tiranía narcisista-, está claro que
la promoción del yo en nuestra existencia conduce, conforma a la concepción
utilitarista del hombre que la secunda, a realizar cada vez más al hombre como
individuo, es decir en un aislamiento del alma cada vez más emparentado con su
abandono original.