Le Zappeur n° 1
Estimados Colegas,
Comenzaremos a difundir el Boletín de la IV Jornada del Instituto del niño, Le Zappeur, gracias a la Diagonal Hispanohablante de la Nueva Red CEREDA que nos hace llegar las traducciones en español (Mariam Martin). Un pequeño equipo de traducción - en el que colaboran integrantes del Taller del ERINDA- tratará de tener listos los Zappeur que el Instituto del Niño vaya publicando. Las informaciones y sus textos nos pondrá en el camino de la V Jornada del Instituto del Niño que se celebrará en París y de las Jornadas del CEREDA en Argentina.
Todos estos textos tienen un gran interés también para la continuación de nuestro trabajo de investigación que sigue la orientación dada por J.A. Miller en su texto Niños violentos y nos permitirán un buen trabajo durante las vacaciones.
¡Buena lectura!
Marcela Errecondo
Número 1
Digamos que sólo hay poesía por la violencia que se ejerce sobre el uso común y corriente de la lengua a partir de la manipulación del significante. Cosa que Lacan llama extrañamente “la verdad”
(J. A. Miller: El últimísimo Lacan [2006-7]. Paidós. Buenos Aires. 2013, p. 176
Editorial ¡PIF, PAF!
Por Daniel Roy
Secretario general del Instituto del Niño
Se oyeron garrotes que caían sobre las molleras,
crujidos de lanzas y sables, puñetazos que se estrellaban
en pleno pecho, chasquidos de bofetadas, patadas destructoras y aullidos:
¡pif! ¡paf, ¡crac! ¡zop!
Louis Pergaud, La Guerra de los botones
Hace más de un siglo, en 1912, Louis Pergaud podía sin ninguna prudencia de escritura poner en serie peleas y batallas más o menos organizadas entre dos bandas de niños de dos pueblos vecinos. En 1963, la película epónima de Yves Robert encanta al público de las Treinte Glorieuses con sus réplicas cultas de Lebrac: “No hay que discutir, ¡el jefe es el que tiene la cola más grande!” y el P’titGibus: “Ah, bueno, ¡si lo hubiese sabido, no habría venido!”. En 2011 se hizo una versión en color pero con mucho menos éxito.
Ciertamente, no era ya la hora de los altercados rurales en blusón o “en pelotas” para escapar al infamante mezclado de los botones, a la mediocre incomprensión de los padres y a la sed de libertad de los hijos. No era ya la hora de los juegos y de los placeres bajo la égida del falo triunfante, un poco bonachona y francamente ridícula –¡comicidad garantizada!
La lengua francesa, como todas las otras, ha recogido las tan numerosas onomatopeyas tan bien formadas para acompañar los diversos intercambios de puñetazos y golpes: ¡pif, paf, boum, y pum, ay!
Si los autores de la hermosa obra Diccionario de onomatopeyas (1) pueden escribir muy bellamente que “la función de la onomatopeya es esencialmente hacer entrar en la lengua los ruidos del mundo”, nosotros añadiríamos de buen grado que ella consiste igualmente en hacer tratar por la lengua el goce del cuerpo en lucha contra el mundo, los objetos y los otros cuerpos que encuentra. Las onomatopeya forman en la lengua un rosario de rastros –de “semantismos desnudos” dirá Benveniste- indicando que la impresión sobre el cuerpo sensible es siempre impresión inscrita en la lengua. Y ¡toc!
La violencia tiene pues que inscribirse en alguna parte. Los cachorros humanos están a la tarea, cada uno lleva su “guerra de los botones”, con el apoyo de algunos otros. “Yo romper cabeza a Francisco” (2) responde la chiquilla al adulto que sorprende su gesto hacia su pequeño compañero de juegos, piedra en mano, en una escena aislada por Lacan en el libro I de su Seminario. El comentario deja augurar que la respuesta suspende el gesto.
¿Apostamos entonces por bellas palabras para separar el niño de la violencia? No, pero por la presencia de un decir, sin duda. Un decir que haga un lugar para el cuerpo hablante en la comunidad de los cuerpos hablantes. Si es el sujeto quien sostiene ese decir, se abre entonces el espacio del relato, de la ficción, épica o cómica, según su pendiente. Pero esto no siempre es posible, y es desde otro lugar, encarnado, que podrá proferirse esta enunciación. Un adulto presente, o el “coro social” de una institución, de acogida o de cuidado, eso será lo que valdrá.
¿Castigo? ¿Sanción? ¿Aviso de las reglas? No, más bien llamada, invocación, signos discretos de una presencia. Intentar también hacer que esta destilación de la lengua que son las onomatopeyas, para fijar en la lengua común este goce violento que ha tomado posesión de los cuerpos.
¿Si no? Si no, es la voz obscena y feroz del superyó que se hará escuchar y continuará vociferando sus órdenes, a la vez imperativos para el goce y deseos de muerte para los cuerpos hablantes. Tenemos el testimonio de sus poderes en todos los pasajes al acto que desgarran desde hace muchos años nuestro tejido social.
La próxima Jornada de estudio del Instituto Psicoanalítico del Niño -UPJL (3) se dedicará, bajo la dirección de Caroline Leduc, a explorar los nuevos anudamientos que se inventan entre los cuerpos hablantes y la cosa violenta con la cual se las tienen que arreglar en los tiempos de la infancia y la adolescencia, única vía de recurso frente al retorno de locuras educativas y frente a las promesas de un neuro-análisis de los comportamientos.
¡Pif! ¡Paf! ¡Crac! ¡Zop!
(1) EnckellP., Rézeau., Dictionnaire des onomatopées, Paris, PUF, 2005, p. 16.
(2) Lacan J., Seminario I, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 255.
(3) UPJL: Universidad Popular Jacques Lacan.
Argumento
Por Carolina Leduc
Directora de la V Jornada
Anti-social, ¡pierdes tu sangre fría!
¡Chicos violentos! ¿Quiénes son, esos pequeños monstruos que rechazan dejarse gobernar, educar, cuidar? Instigadores de alborotos, de desorden, rompedores, alborotadores insolentes que se oponen, obstaculizan, mutilan su cuerpo, acosan a sus pares, se revuelven contra los maestros… Tienen odio, saña, ¡no se dejan intimidar! Ningún compromiso posible con esos chicos, ¡no se les puede someter a la ley! No todos y no siempre encantadores, nuestros chicos… Eso puede dar miedo u horror, y levantar muchos fantasmas.
Así, es al Otro y a los otros a los que estos chicos violentan en primer lugar, destrozan la autoridad, atentan contra el bien que se les quiere, estropeando la buena mecánica de los discursos, arruinando todo goce legítimo. Ese saqueo de lo simbólico produce, pero también hace descubrir, los desgarros en el tejido social que el amo se niega a ver. Es bien lo que le enfurece y le empuja a encarna una autoridad sin embargo ineficaz que él intenta, a cambio, profanar. La violencia como revuelta pone así de relieve al “partenaire del acto de revuelta” (1), aquel que hace encontrar al sujeto un imposible a soportar.
¡Mi madre la violencia!
Al contrario de aquellos que postulan una tendencia primaria a la empatía, el psicoanálisis subraya que la violencia es un hecho primero en el ser hablante. Es la pulsión misma, indica Jacques-Alain Miller: “la satisfacción de la pulsión de muerte” (2). Es un modo de gozar que emerge con el sujeto y no un síntoma, sino el del Otro. “Chicos violentos” es así un significante del Otro social, sintagma que aparece cuando este está perturbado, en impasse, desvalido, impotente. Es fácil entonces el deslizamiento de “chico violento” a “peligroso”, por el espejismo de que se podría circunscribir y medir la violencia para prevenirla, incluso erradicarla. Es desconocer que “hay una violencia sin porqué” (3), no toda explicable, educable o psiquiatrizable.
¡Nos es preciso despegar “chicos” y “violentos”! Extaer la cosa violenta del pequeño sujeto para desplazarla fuera de él, a fin de situar lo que la desencadena. Pues se buscará menos su causa que su ocasión. Su fuente no está en un menos –frustración- sino en un exceso –angustia. Se trata de agujerear lo que es invasivo para el sujeto ¿Es la intrusión del cuerpo de un rival detestado o, en el otro extremo, la ruptura imposible con el cuerpo de un otro sirviendo de apoyo como doble? ¿Golpearse y golpear aún al Otro del lenguaje cuando se encarna, devastador, como discurso del amo imponiéndose al sujeto? ¿Es el hinchamiento del cuerpo devenido Otro lo que hay que agujerear, cuando pululan los objetos pulsionales o dirige un goce oscuro? La violencia puede incluso tener valor de montaje, como lo ilustran los casos recientes de víctimas imaginarias o de auto-acoso en internet por medio de falsos perfiles y de puestas en escena elaboradas por el sujeto mismo.
Quemar todas sus naves
También la violencia aparece como la búsqueda paradójica, desesperada, de una salida para el goce que, sin embargo, produce en el mismo movimiento. La necesidad de inscribir una sustracción en lo real es lo que está en juego en ello, cuando puede haber fracasado la implantación de un “significante de la autoridad” (4) para el sujeto. La pérdida, sin mediación, está entonces a la cita: romper o romperse, mutilar al otro o mutilarse, hasta el suicidio y los tiroteos estudiantiles o terroristas que son un equivalente social de ello. Un sacrificio es exigido al sujeto, acto radical por el cual él, o algo de él, debe desaparecer.
La violencia convoca pues especialmente la dimensión del acto, un acto que separaría de lo insoportable y vaciaría el goce. Se encalla allí y se repite cruelmente en el pasaje al acto. Busca una dirección y demanda de ser leída en el acting-out. A veces, lo consigue: algunas violencias son fecundas y tienen valor de acto.
Es una violencia inaudita la que arranca lo viviente al sujeto. Todo acto como tal conlleva ese movimiento inicial. La violencia apunta a hacer acontecimiento, a crear un antes y un después del estado del sujeto o del mundo que habita. Lo puede precisamente porque es potencia que “desliga, fragmenta, (…) dispersa como un rompecabezas” (5), y en esto se opone al odio que es “lazo social eminente” (6).
Porque el acto violento invalida toda operatividad del lenguaje es que puede hacer palanca sobre él y reordenarlo en un nuevo equilibrio de fuerzas con el goce. Hay honor en la violencia, en esta efectividad superior donde se anudan la muerte y lo vivo del cuerpo dispuesto a perderse. ¿No es en esta zona extrema donde surgirían efectos de creación?
Un poco de dulzura en ese mundo de brutos
Esta potencia de desconexión propia a la violencia hace de ella una clínica difícil, que pone especialmente a prueba la transferencia y la posición del practicante. La ausencia de demanda en esos niños empuja a la invención. Se tratará de explorar y de inventariar las finezas de “la pragmática del abordaje del niño violento” (7), tal y como la llevamos a cabo en nuestra orientación, tanto en las curas de niños y de adolescentes como en las instituciones en las que los acogemos. ¿Mediante qué rodeos, qué respiraderos, qué disposiciones o vaciamientos se atempera la cosa violenta en el niño? La próxima Jornada de estudio del Instituto Psicoanalítico del Niño (Universidad Popular Jacques Lacan) se dedicará a la tarea de situarles y de señalar las palancas de la eficacia de la orientación lacaniana para responder a ello en las curas y en las instituciones.
Notas:
1. Miller, J.-A., ·Comment se révolter”, La Cause freudienne, nº 75, Paris, Navarin, p. 216.
2. Miller, J.-A. “Niños violentos”, Revista Carretel nº 14, Bilbao. 2017, p. 12.
3. Idem, p. 14.
4. Idem, p. 16.
5. Idem, p. 13.
6. Idem, p. 13.
7. Idem, p. 15.
Fogatas digitales
Por Marie Cécile Marty
En Internet, “siempre te es posible encontrar en el pajar de los resultados la aguja de lo que hace sentido para ti” (1)
27 de febrero de 2018: los medias anuncian la emisión de “The Push” animada por el ilusionista D. Brown –ya difundida en la televisión británica desde 2016- estará disponible en la plataforma de internet Netflix. “ThePush” –en francés “Empuje al crimen” –pone en escena a un sujeto manipulado por el mentalista y sus cómplices para incitarle a cometer un asesinato. Muchos jóvenes se suscriben… No es el primer intento de D. Brown (1): ¡se ha hecho un nombre en este género de emisiones! “The Push” transforma en telerrealidad lo que Milgram (2), investigador en psicología social en la Universidad de Yale, trataba de comprender después de la guerra, en su laboratorio: ¿cómo el ser humano puede someterse a una autoridad que parece legítima hasta el punto de matar? Los medias se indignan por los peligros de “The Push” cercano de un público jóven en un contexto en el que, por otra parte, el poder de las fake news escandaliza, propaga falsas noticias que empujan a juicios de masa erróneos. En ese contexto, “The Push” hace consistir una palabra amo: manipulación mental.
Hace 25 años, el mortífero tiroteo de Columbine, llevado a cabo por dos adolescentes en su instituto, marcó los espíritus. Ese drama, muy mediatizado, cuestionaba el impacto de los videojuegos de disparos, ampliamente comercializados desde hacía tiempo, sobre los comportamientos violentos de los jóvenes. La época veía eclosionar las teorías de las adicciones y su reverso: las conductas de riesgo. Una pregunta insistía: ¿hay fronteras entre el juego y la realidad? Cuando sus padres sermonean a K., 18 años, adepto a los juegos de disparos en red, él se indigna: “¡No todos somos todos psicópatas!”.
La difusión a escala mundial en Netflix de la emisión “The Push” es un empuje a hacer la guerra y a una contaminación a gran escala por lo digital de cada uno. Cuando su hijo hace de la tecnología digital un usual-partner, las respuestas de los adultos varían desde las recomendaciones sobre cuidarse de ello y las sanciones: el derecho a mirar que se impone sobre las actividades digitales del niño o el corte autoritario de internet, las intrusiones o amputaciones que tocan al cuerpo y conducen a reacciones agresivas de su hijo.
El tema de la próxima Jornada del Instituto del Niño, “Niños violentos”, ofrece la posibilidad de aprender de la vida de niños y adolescentes inmersos cotidianamente en lo digital. Hoy, el psicoanálisis “permite desintoxicar. (…) La escucha particularizada permite escuchar de nuevo los significantes solos que atraviesan el éter del ruido-internet (iii)”. Como Y., 13 años, que se refugia de las burlas de sus compañeros sobre un acné resplandeciente, oculto detrás de la pantalla, de las chicas con las palabras, apoyado en una nueva identidad de “serial lover”. Se trata de interesarse, en el caso por caso, en las conexiones de la pulsión con esos objetos de lo digital, en las nuevas relaciones al cuerpo, en la sexualidad, en el grupo, en la lengua y en las disputas de chicos y adolescentes en la red, pudiendo resultar perjudicados, así como en las “fogatas de gasolina (iv)” digitales, a veces violentas.
(i) D.Brown ha animado ya una emisión llamada “Héroes à bord”, que, por ejemplo, anima un gran fóbico del avión a sobrepasarse y hacer aterrizar un avión en caída libre.
(ii) En ese contexto de después de la guerra, S. Milgram –como Hannah Arendt- buscaba comprender los mecanismos psicológicos que habían conducido a millares de hombres a torturar y matar a millones de otros. Cf. Hannah Arend, Eichmann en Jérusalen. La banalité du mal, Gallimard, 1966.
(iii)E. Laurent, Jouir d’Internet, La Cause du désir, Navarin nº 97, noviembre 2017, p. 16.
(iv) J. Lacan, Seminario 17, El reverso del psicoanálisis.
¿Violencia del niño?
Por Hervé Damase
La apuesta de la próxima jornada del Instituto del Niño es política. Apunta a hacer escuchar otra voz que la que postula la existencia de una violencia en el niño para mejor acallarla mediante métodos que se dicen conductuales, mientras que se trata de tratar una forma aguda del malestar contemporáneo, donde el niño está tomado como objeto a explotar en beneficio de un mercado de adiestramiento. A esto, nosotros oponemos una ética de la palabra en tanto que está correlacionada aun goce indecible.
La cuestión de la violencia es, en efecto, de una candente actualidad. Los niños, aquellos mismos que encontramos en los diferentes lugares en los que intervenimos, testimonian de ello: está por todas partes, y primeramente en el patio de la escuela, que sigue siendo, aún, el primer lugar de socialización. Esos niños que a menudo nos son derivados a título de esta violencia no hablan sino de esto: violencia sufrida o violencia actuada. Pero cuando se trata de dar razón de ella, queda inexplicada para el sujeto mismo; parece ser su primera víctima. Se encuentra, ahí, algo que revela una inquietante extrañeza, incluso del “diablo” que tomaría posesión del sujeto. Tampoco sirve de nada focalizar sobre el sentido, sino más bien investigar del factor desencadenante. En los testimonios que se recogen, aparece muy a menudo que hay un elemento que hace llamada: una mirada, una palabra, incluso simplemente un signo que, bajo la forma del insulto, se dirige al sujeto remitiéndole a una posición de desecho. A pesar de todo, punto paradójico, esta violencia aparece como una experiencia constituyente para el sujeto, ligándolo a la comunidad humana. En cuanto se le ofrece un espacio, es una violencia que tiene la oportunidad de decirse. Una violencia a veces parlanchina, pero siempre singular. Efectos terapéuticos rápidos pueden entonces operar. Desaparece casi instantáneamente. También se trata de mantener un cuestionamiento para convertirla en síntoma.
Como se menciona en el argumento, parece importante en el sintagma “niños violentos” -que tomamos del discurso corriente, es decir, el del amo moderno que estigmatiza los comportamientos para adiestrarlos mejor-, despegar “niños” y “violentos” para hacer valer que, detrás de ese significante amo que señala esta forma singular de goce, hay un sujeto. Apuntamos así a desmasificar la cuestión para introducir el uno por uno. Pues no hay violencia en tanto que tal. Nos las tenemos que ver con fenómenos que afectan a un sujeto que situamos en el campo de la palabra y del lenguaje. Ciertamente, como lo recuerda Jacques-Alain Miller, hay una violencia “sin porqué” (1), que es el reverso de una violencia “porque”. Esta emana de la presencia de un Otro y, en retorno, le es dirigida. En cuanto a la violencia bruta, que cortocircuita al Otro, no sería por consecuencia imputable sino al sujeto. Pero he aquí que no está ahí para responder presente, para sorpresa del interlocutor, ya sea benévolo o autoritario. La violencia de la infancia revela pues una clínica lacaniana del goce. Como lo indica Jacques-Alain Miller: “En todos los casos en que se tiene acceso por el análisis, (el) modo de entrada (del goce) es siempre la efracción, es decir, no la deducción, la intención o la evolución, sino la ruptura, la disrupción en relación a un orden previo hecho de la rutina de la que dependen las significaciones o de la rutina que uno imagina ser la del cuerpo animal.” (2)
La próxima Jornada del Instituto del Niño será pues la ocasión de examinar, según la propuesta innovadora de Eric Laurent, esos diferentes “modos disruptivos” (3) por los cuales se manifiesta una violencia desconocida para el sujeto mismo, como experiencia de goce inefable.
1.- Miller, J.-A., Miller, J.-A. “Niños violentos”, Revista Carretel nº 14, Bilbao.2017, p. 14.
2.- Miller J.-A., “La orientación lacaniana. El Ser y el Uno”, enseñanza pronunciada en el marco del Departamento de psicoanálisis de la Universidad Paris VIII, curso del 23 de marzo de 2011, inédito.
3.- Laurent, E., “Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia”
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Valeria Somme Dupont, responsable del equipo Blog
Traducción de Le Zappeur nº 1: Gracia Viscasillas
Equipo de traducción:
Diana Lerner, Mariam Martín (responsable), Gracia Viscasillas, Elvira Tabernero
Composición y revisión: Mariam Martín
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