Le Zappeur n° 8
Número 8- enero de 2019
Editorial nº 8
Sin el uso de semblantes, el niño violento se golpea
Por Christine Maugin
En 1919, Freud escribe “Pegan a un niño”, texto ineludible a releer en el tiempo que nos separa de la V Jornada del Instituto Psicoanalítico del Niño, el 16 de marzo. Para Jacques-Alain Miller, una de las aportaciones esenciales de ese texto se sitúa en el “correlato del fantasma” (1). El uso del Nombre-del Padre, desde la operación de la castración, ofrece al sujeto la posibilidad de represión de la pulsión, pero hay un resto: el síntoma. El fantasma vendrá entonces a poner al sujeto al abrigo del deseo del Otro y a tratar la relación al Otro lanzando un velo sobre la castración. El fantasma “un niño es pegado” –y particularmente la fase reconstruida en la cura, “yo soy pegado por el padre” (2)- es el tratamiento de la culpabilidad de experimentarse como el más amado por el padre: frente a ese triunfo imaginario, el sujeto se sumerge en la culpabilidad de ese amor incestuoso y elabora esa ficción de ser pegado por el padre. Puede entonces avanzarse que la violencia infligida al otro no es otra cosa que infligirse a sí mismo su propio castigo. Hay que encontrar entonces la buena manera de “chocarse con el Otro” –retomando una de las enseñanzas del pase de Laurent Dupont- saliendo del eje imaginario y haciendo uso de semblantes, o como Alexandre Stevens propone en su texto “Un marco o un borde” (3), bordear el goce más bien que enmarcarlo, sabiendo decir no sin proferirlo.
Cuando la represión no ha tenido lugar, queda entonces el sin palabras de la pulsión, su exigencia de satisfacción toma el cuerpo y conduce hacia el acto violento. Es lo que se podrá leer en los textos de Normand Chabot y Ligia Gorini, que toman apoyo en novelas: Hay que hablar sobre Kevin [We need to talk about Kevin] y Pastoral americana que muestran cómo, sin el uso de un Nombre-del-Padre, ni de los semblantes, el sujeto erra hasta la masacre para Kevin y hacia el compromiso terrorista para Merry.
Cuando la violencia se despliega, hay el recurso a la palabra que no es sino injuria, calumnia, y cuyo reverso será la aventura amorosa, como indica Eric Zuliani, señalando así que mediante la relación amorosa otro discurso puede tomar forma, haciendo uso de semblantes para cernir lo real de la no relación entre los sexos. Puede haber allí también un tratamiento de la lengua que, si es demasiado amplio y toma cuerpo, puede ser el inicio de un trabajo de escritura, como lo relata Marie-Cécile Marty.
¡Buena lectura!
Notas:
1.- Miller, J.-A.: Del síntoma al fantasma y retorno. Paidós. Buenos Aires, 2018. Sesión de 15 diciembre 1982.
2.- Freud S., "Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales” [1919]. En Obras Completas, Amorrortu editores. Buenos Aires. 1990, vol. XVII,pp. (173-200)
3.- Stevens A., “Ante el niño violento: un marco o un borde” enLe Zappeur, n°6, boletín de la V Jornada del Instituto del Niño, diciembre de 2018.
Una reducción de la violencia
Por Jean-Robert Rabanel
En lo concerniente al niño violento, Daniel Roy invitaba a retomar las dos leyes de orden dialéctico que Lacan señala en su “Alocución sobre las psicosis en el niño”:
“Para obtener un niño psicótico, es necesario el trabajo de al menos dos generaciones, siendo él mismo el fruto en la tercera.
Que si finalmente se plantea la cuestión de una institución que esté propiamente en relación con ese campo de la psicosis, se comprueba que siempre en algún punto de situación variable prevalece en ella una relación fundada con la libertad” (1)
¿Qué es una relación fundada con la libertad si no es una relación que encuentra su fundamento en la causa del deseo –no tanto en la del padre, ni en el Edipo- tal como la ética del psicoanálisis nos conduce a considerarla, es decir, no tanto en una relación del sujeto al Otro como en la puesta en evidencia del fantasma como forma de sujeción y en la captura que el acto psicoanalítico permite por la posibilidad de exteriorización del objeto (a).
Dos recordatorios
En 1986-87, en Nonnette, un estudio sobre estructura familiar y psicosis asociaba a los profesionales de la institución con interlocutores exteriores: psicoanalistas miembros de la Escuela de la Causa freudiana e investigadores del Instituto de investigaciones marxistas. El tema elegido testimoniaba de la cuestión de la articulación entre las prácticas sociales y el psicoanálisis, en la medida misma en que la familia es, como articulación de la subjetividad y del lazo social, un hecho ineludible. El estudio permitió poner en evidencia la presencia bastante regularmente encontrada, en los casos de psicosis del niño, de una “discontinuidad social no simbolizada” en las generaciones precedentes. Así, la teoría lacaniana de la forclusión del Nombre-del-Padre demostraba su validez, incluido el campo de las psicosis en el niño, en la medida misma en que es a ese significante que el sujeto debe su inscripción en el lazo social de discurso.
El segundo recordatorio es más personal.
Desde las primeras sesiones de mi cura, me había sorprendido la demanda de Lacan: que le escribiese lo que él debía saber de mi historia y un árbol genealógico desde mis abuelos. Yo había verificado entonces que era esta una práctica de Lacan que no era excepcional. Debo decir que la represión de ese recuerdo evitó conclusiones precipitadas en el joven psiquiatra que yo era entonces, en el cual no faltaban las fallas simbólicas en su familia, tanto del lado paterno como materno.
Es lo que ocurre en un gran número de casos en la actualidad: hay rupturas simbólicas en las familias. Es lo que Jacques-Alain Miller llama en el texto de orientación de la V Jornada del Instituto del Niño “la psicosis civilizacional normal”(2), aquella que caracteriza al Otro que no existe. A favor de una disyunción, la emancipación del objeto pequeño (a) deviene posible y permite su ascenso al cénit gracias a la acción conjugada del discurso capitalista y de la ciencia. En 2004, en Comandatuba, Jacques-Alain Miller no vaciló en hablar de “dictadura del plus-de-gozar”, en su conferencia “Una fantasía”(3).
Señala allí un deslizamiento progresivo de Lacan de la necesidad hacia lo imposible, y, al mismo tiempo, del primado de lo simbólico hacia el de lo real. Es decir, una verdadera revolución invirtiendo un cierto orden entre simbólico y real. Esa inversión es especialmente señalada en la contratapa delSeminario XIX… O peor (4). La libido toma el paso sobre la interpretación simbólica.
Jacques-Alain Miller nos recuerda cómo define Lacan la castración en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”: “La castración quiere decir que el goce es rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo” (5).
La castración no es aquí definida a partir del falo, sino directamente a partir del goce, es decir a partir de la pulsión. El goce “debe ser rechazado en lo real para ser alcanzado bajo la égida de lo simbólico” (6), dice aún Jacques-Alain Miller.
La violencia en el niño no es un síntoma. Es lo contrario. Es más bien la marca de que la represión no ha operado. La violencia es la satisfacción de la pulsión de muerte. Jacques-Alain Miller recomienda: “Tratándose de los niños violentos, no hipnotizarse sobre la causa. Hay una violencia sin porqué que es en sí misma su propia razón, que es en sí misma un goce” (7).
¿Qué tratamiento de la pulsión que es pulsión de muerte?
Deseo evocar una situación memorable en el tratamiento de la violencia en la historia del CTR Nonette. Todo el mundo estaba reunido en la gran sala de la institución para festejar la Navidad. Yo esperaba el momento de la entrada en escena de la comida. Como si fueran camareros, los educadores llevaban en bandejas las pastas y canapés que acompañaban el aperitivo. Algunos internos esbozaron un movimiento precipitado para servirse ellos mismos de las bandejas. Observé el gesto presto de los educadores, especialmente el de Zoubida Hamoudi que cortocircuitó ese movimiento haciendo una finta, tomando un aperitivo de su bandeja y luego poniéndolo en la mano del “predador”. El sujeto se quedó pasmado, como despojado de algo. Queriendo atrapar el objeto, se encontró cargado de un don. Le fue ofrecida una satisfacción, pero sobre el fondo de una cierta pérdida. El sutil gesto de la educadora apuntaba a hacer el vacío dando satisfacción.
Ese modo de tratamiento del objeto, en el uno por uno, ha permitido que todo el tiempo del aperitivo se pasase formidablemente bien, en una atmósfera distendida donde la circulación entre las personas era fluida, sin el menor empujón. Esto indica que dar, es también privar. Dar una satisfacción viva, para privar de un goce mortífero. Esto produce un efecto de sideración del sujeto, y permite también aislar un goce.
En lo cotidiano, la comía es de hecho la repetición de ese gesto, de ese tratamiento del objeto en la urgencia, sin el saber, en el uno por uno, iteración en lo real. Ningún don sin una pérdida al mismo tiempo. Pienso que es uno de los motores esenciales de nuestra práctica.
Actualmente, el modo de satisfacción no se funda más sobre la interdicción, sino sobre el don de una satisfacción al tiempo que introduciendo una pérdida. Esto es paradigmático de la clínica contemporánea.
Nuestra clínica se inscribe en el campo del lenguaje en lazo con la función de la palabra. Es lo que nos distingue radicalmente de los conductistas. Ellos tienen también la idea de que una satisfacción está en juego, pero es en la perspectiva de reducir lo humano a sus comportamientos. Aquí, el gesto de satisfacer la pulsión como una especie de sublimación se inscribe en una complejidad que es la del deseo humano.
Notas:
1.- Lacan J., “Alocución a las psicosis en el niño”, Otros escritos, Editorial Paidós. 2012
3. Miller J.-A., “Una fantasía”, conferencia pronunciada en el IV Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, 2004 en El psicoanálisis nº 9. Revista de la ELP, noviembre de 2015.
5- Lacan J., “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos. Siglo XXI editores. México, 1990, p. 807.
6.- Miller J.-A., “Niños violentos” en Carretel nº 14. Revista de la DHH-NRC. Bilbao. 2017, p. 9-17.
Indóciles de mañana
Por Éric Zuliani
En un libro recientemente publicado, Les enfants de la société liquide (1), el ya fallecido filósofo Zygmunt Bauman responde a un joven periodista italiano, admirador de su interlocutor, pero sobre todo representando, a su pesar, la fuerzas aliadas de los medias y del sentido común: los puntos de vista de una psicología “científica” que confinan con el psicologismo de siempre dominan las proposiciones del periodista, infiltran sus preguntas. Las repuestas del filósofo no son sino más cortantes. Examinando los temas del cuerpo, del maltrato y del amor, uno se sorprende de leer a lo largo de toda la entrevista una reflexión sobre la violencia.
Tener un cuerpo
La cuestión de la identidad es abordada en primer lugar: para los jóvenes ya no es algo dado, sino una tarea a llevar a cabo. Debiendo arreglárselas con su carácter efímero, debido a la labilidad específica del registro imaginario, la identidad deviene auto-identificación, habiendo tomado el paso sobre la dimensión de comunidad. El fenómeno de la moda, en su fragilidad pero también en su permanencia y su acción duradera, testimonia de esta dialéctica entre pertenencia e individualidad: que esclarece las epidemias de juegos violentos, del foulard por ejemplo, o las escarificaciones de las jóvenes de una misma banda. En ese relumbrar infinito de las identidades, Bauman señala la cruel necesidad, en un momento dado, de laencarnación: el cuerpo es imprescindible que haga parte. A partir de una estadística asombrosa –cada vez más jóvenes detestan sus orejas- Bauman observa justamente: “Las orejas son la parte del cuerpo que sobresale de la manera más ostensible e incluso la más irritante: lo hacen con toda evidencia sin pedir permiso a su propietario y aún menos a su demanda”. ¡Las orejas! Qué decir entonces del pene cuyo goce se impone como extraño (2). Al igual que el sueño no solicita vuestra opinión para producirse, un cuerpo no os pertenece sino en un après-coup, de chiripa, de manera más o menos apañada. Muchas situaciones de violencia, en una institución por ejemplo, contienen este elemento de goce activo, bien difícil de integrar por un sujeto.
Un niño es pegado… verdaderamente, yo miro
En lo que concierne al acoso, Bauman, freudiano, lo sitúa en un contexto donde el proceso de civilización no elimina la agresividad sino que la pone “bajo el tapete”, sustrayéndola a los ojos de las personas dichas civilizadas -hay pues los no-civilizados. Se desemboca enseguida en un racismo de exclusión que Éric Laurent logificó (3). La violencia es constitutiva de la naturaleza humana. El filósofo ve su retorno principalmente en el espacio de las nuevas tecnologías de los medios de comunicación bajo la forma del acoso, es decir, del hecho de excluir, participando así la exclusión en la auto-identificación de los autores de acoso: “No habría nosotros, si no hubiese ellos”. A partir del fenómeno del acoso, Bauman pone en serie las figuras del niño, de la mujer, del homosexual, pero también del migrante. Más sorprendente, en esas dualidades imaginarias hechas de acosadores y acosados, él desprende el lugar de un elemento tercero, que no es ya el tribunal del Otro, ni la Dritt person del chiste, sino el de aquel que mira o se vuelve espectador pasivo. Se pega a un niño… verdaderamente, yo miro.
¿Qué lengua?
Indicadas precisamente por Jacques-Alain Miller en su texto “Niños violentos” (4), el filósofo señala la presencia y la función del sin porqué, del mal aleatorio, sin vínculo lógico entre razón y efecto. Subraya cuánto, de forma continua y masivamente, estamos expuestos a la violencia. ¿Por qué? Para distraernos y divertirnos –en el sentido de la diversión. No se puede impedir pensar en lo que dice el joven Lacan al finalizar la Segunda Guerra Mundial: “No es de una indocilidad demasiado grande de los individuos de donde vendrán los peligros del porvenir humano (…). Por el contrario, del creciente desarrollo, en este siglo, de los medios para actuar sobre el psiquismo, una manipulación concertada de las imágenes y de las pasiones (…) darán lugar a nuevos abusos de poder” (5). Sin ninguna duda las nuevas tecnologías de la web –comenzando por las redes sociales, que Bauman analiza- participan de esta unión de la imagen y las pasiones, pero señala que el espacio de las redes sociales implica una relación que se mantiene a la palabra: ¡reinan allí el sobreentendido, la maledicencia, la calumnia y la difamación! No cabe esperar ninguna salida de ello, sino un espléndido aislamiento, redoblado de un ascenso de la ignorancia, la impotencia y la humillación. Esto desemboca en un resentimiento desencadenante de violencia, cuyo reverso es sin duda la aventura amorosa, que necesita otro régimen de la palabra. Jacques-Alain Miller ha calificado de líquido al psicoanálisis mismo, la palabra también, subrayando la introducción hecha por Lacan del neologismo lalangue (6) que pone en evidencia una lengua emancipada de la comunicación. La lalengua, así definida, correlacionada al Otro que no existe, da sin duda una perspectiva interesante sobre la violencia.
Notas:
1.- Bauman, Z. et Leoncini, Th.: Les enfants de la société liquide, Paris, Fayard, coll. Sciences humaines, septembre 2018.
2.- Lacan, J.: “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y Textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988.
5.- Lacan, J.: «La psiquiatría inglesa y la guerra», Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p.120.
Imagen de Jean-Michel Basquiat
Dar un golpe de gracia en poesía
Por Marie-Cécile Marty
Cada mañana, en el desayuno, servido en la institución, a adolescentes que se han hecho indeseables en otras numerosas instituciones, los educadores y yo hablamos un poco, entre nosotros, con el fin de cortar los pasajes al acto o los insultos que florecen cotidianamente en la escena institucional. Muchas instituciones (especialmente las que acogen adolescentes difíciles) intentan tratar estos excesos por medio de denuncias, un punto preocupante.
Esa mañana decido hablar del insulto. Evoco las palabras que embrollan, que flaquean, a falta de estas los insultos, pero también las palabras que “hacen prosa”. Cito a Lacan : “Jacques Lacan hacía del insulto el punto de partida de la gran poesía” (1)
Sonia, de diecisiete años, agitada e hilarante, relata una escena que ha presenciado: “Los dos, allí los dos gritaban: ¡Tu madre! ¡Tú mismo! ¡Tú madre! Y, ¡tu madre!” ¡Decían todo el tiempo la misma cosa! Te lo juro, ¡esto no es poesía! ¡Y no podían parar! ¡Eso te agobiaba! Llegó el educador y se partió de risa. Uno de los dos le gritó: “¡Oh! ¡Tú estás loco! Y se pararon”. Risa colectiva.
Matthieu, el camorrista que se lanza siempre normalmente contra el mundo con sus provocaciones incesantes, está atento. Añade: “¡Pues claro! cuando el otro ya no se para, estás obligado: ¡lo machacas!” Gildas, el vagabundo inabordable, con cuerpo cansado de pasajes al acto imprevisibles, susurra: “El insulto es cuando estás en el límite”. Gildas, el silencioso, acababa de añadir su marca íntima “el límite”. Sonia, emocionada, me desliza, -mientras quitamos la mesa del desayuno- su uso calculado del insulto: “Para mí el insulto es para joder de vergüenza a los demás, para que la vergüenza, no me caiga encima…pero a menudo, me cae encima”.
Al día siguiente, le enseño a Sonia la contraportada del libro de Philippe Lacadée: Vie éprise de parole (vida cautiva de palabra). La invito a sentarse. Escribe en silencio: “Los insultos son esta prisión, tan sucia, tan desastrosa en la cual estoy condenada a perpetuidad”. Se va.
A la semana siguiente, Sonia invita a Gildas –que deambula en los barrios sin nombre, con el cuerpo sufriente- a escribir con ella: “Dedico este poema a la mujer que me ha llevado nueve meses en sus entrañas. A pesar de todos mis errores, todo lo que te he podido decir, estarás siempre en mi corazón. Tengo mis defectos, mis cualidades. A menudo te has enfadado, pero eso no cambia nada en el amor que te tengo”. Gildas añade: “Te agradezco que no hayas cedido a pesar de los altibajos”. Sonia concluye: “Sé que no estás bien y eso me duele. Pero, no pierdo la esperanza de que un día todo irá mejor”.
Una propuesta de escritura toma forma alrededor del tema de la injuria, con dos secuencias de duración limitada. Los jóvenes más difíciles de abordar se apuntan, como Matta, dieciséis años, muy violento: “Yo insulto cuando estoy demasiado nervioso. Cuando estoy nervioso tengo la lengua demasiado larga. Me pongo nervioso cuando me pregunto: ¿por qué existe el misterio en la vida del hombre? Siempre luchando para acabar siendo herido. Esperas para nacer, esperas para sufrir, esperas para ser, esperas para vivir. Es el grito de corazones heridos que lloran: ¿por qué?”
O aún, Ajmal, dieciséis años, que parece olvidarse con la droga, automedicación que le ayuda a sobrevivir y a evadirse de un sufrimiento esquivo: “Estábamos en las escaleras. 31 de octubre, 8º piso. Yo tenía diez años. He pasado tres años de mi vida en las escaleras. Por la semana en la residencia, los fines de semana en las escaleras. Era Halloween, llamamos para pedir caramelos. Sacó el rifle de balines. Hace daño, pero el rifle de balines no mata. Salimos de la entrada de coches, recuperamos los balines, intentamos tirar al 8º piso. Entonces, llamamos a los mayores del barrio. Le amenazaron y le pegaron. No sabía si debía estar contento o no. Los fines de semana, yo salía a casa de mi madre, no sabía si debía estar contento o no. Porque los fines de semana en las escaleras, es insultante”
Matta piensa realmente que “su lengua es demasiado larga”: es el reproche que le hacía su padre violento justificando los azotes que han marcado su cuerpo. Matta ha decidido consultar al logopeda que lo ha confirmado: su lengua demasiado larga causa su tartamudeo con el nerviosismo, pero no es el nerviosismo en él lo que le da miedo. Entonces decide hablar a un analista.
Durante mucho tiempo, el ama de casa se preguntó por qué Ajmal orinaba sistemáticamente en las escaleras de la residencia. Para Ajmal, las escaleras es el insulto al cual se siente destinado. El insulto no es solamente saqueo de la lengua sino “secreción del cuerpo” (2), y cuando reside en el cuerpo no es fácil separarse de él. Para estos jóvenes, no todos, escribir ha hecho un corte, o una separación del insulto, a condición de recogerlo dignamente, sin comentario.
Notas:
1-Lacan J. Intervención en una reunión organizada por la Scuola freudiana, en Milan, el 4 de febrero 1973, aparecida en la obra bilingüe Lacan en Italia 1953-1978/ En Italie Vie éprise de parole Lacan, Milan, La Salamandra, 1978, p.78-79. Citado por Philippe Lacadée en Lacan Quotidien, nº 482, 25 febrier 2015, “De l’insulte au chaos de la violence aveugle” y en la contraportada de su libro Vie éprise de parole.
2-Lacadée Ph.: Vie éprise de parole. Editions Michèle, 2013, p.181
Imagen de la película Tenemos que hablar de Kevin de Lyne Ramsay
¿Naturaleza o crianza?
En relación con el libro “Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver (1)
Por Ligia Gorini
¡Sorprendente! La historia de un adolescente, narrada por su madre, deshecha por el horror del acto que cometió: la víspera de sus dieciséis años, Kevin mató a una decena de personas en su instituto. Siete de sus camaradas desaparecieron. Inspirado en la masacre de Columbine en los Estados Unidos, en 1999, el libro de Shriver se convirtió en unas semanas en un best-seller en América y obtuvo un premio en Inglaterra. Éxito underground, polémico, original en su presentación, retoma un antiguo debate, el mito de “la armonía alojada en el habitat materno” (2), disecado aquí sin rodeos: una madre ¿puede no amar a su hijo? Si es así, ¿esa falta de amor justificaría, por ello, un acto atroz y extremo como el de Kevin?
Eva, la protagonista, se mantiene atormentada por este enigma dos años después de la carnicería perpetrada por su hijo. Bajo la forma de una serie de cartas dirigidas a su marido ausente, ella interroga la (las) causa(s) posible(s) de lo que ha arruinado su vida y la de su familia.
El relato gravita alrededor de un “why, and who’s to blame?”. Para intentar responder a ello, Eva nos sumerge en los veinte últimos años de su existencia. Hija de inmigrantes armenios, se presenta como una mujer decidida, realizada en su trabajo y enamorada de aquel con quien ha pasado los mejores años de su vida. Siempre feroz en su crítica de la sociedad americana contemporánea, ella encuentra un contrapeso en la figura de Franklin, su marido, encarnación del americano tranquilo y amable. Joven pareja exitosa y despreocupada, deciden tener un hijo. Es entonces cuando su mundo deja de marchar bien.
Más potente que una lección de pedopsiquiatría
Desde su nacimiento, Kevin molesta a su madre. Rechaza el pecho, se retuerce y muestra una sonrisa de marioneta cada vez que se acerca a él. Deprimida, no siente ningún afecto hacia el bebé, excepto una cierta apatía. Las dificultades en las relaciones serán traducidas, desde su entrada en infantil, por un “déficit de socialización”. Niño moderno, buen alumno, de buena familia, se convierte en una víctima del desorden muy actual creado como “un déficit de atención”. Su actitud a veces extraña y la violencia inherente a su forma de maltratar o de brutalizar al otro son subestimadas. Este repertorio de trastornos, descritos con precisión, sin embargo sólo es evocado aquí bajo la vertiente de la impotencia: lo que no permite evitar lo peor y que muestra el malestar del discurso médico frente al desencadenamiento de ciertos jóvenes.
A falta de poder tratar el mal, se dirige hacia la prevención, en búsqueda de señales de advertencia, de buenos “anteojeras” para no fallar: todo lo que mide los efectos de la exposición a la violencia vehiculizada por los medios de comunicación, el control de armas de fuego, todo lo que engendra una especie de nuevo culto del miedo.
Opaco y célebre
La ausencia de afecto y la frialdad de Kevin lo hacen “opaco” a los ojos de su madre. Al menos ella puede reconocer, en lo que él dice, fragmentos de su propio discurso. Incansablemente irónica respecto a las costumbres americanas, su propia dosis de increencia y su lado distante convierten su deseo en deseo opaco a los ojos de su hijo. En el momento de una conversación familiar, ella llega a decir: “Para ser verdaderamente célebre en este país, hay que matar a alguien”. Enunciado fatídico, que abrocha el caso: Kevin, marcado por el significante, lanza sus flechas contra sus propias imagos, y obtiene así su lote de celebridad.
Metáfora
Una escritura directa, a veces demasiado cruda, nauseabunda. Un final tan excesivo como inesperado, donde el lector todavía fascinado por la revelación del crimen más inaudito, descubre un toque de humanidad en Kevin, cuya certeza hasta entonces había sido inquebrantable. Ninguna respuesta, sino la constatación de una decepción. Entre la naturaleza y la manera de criar a un niño, efectivamente es imposible dar cuenta de lo que supone la singularidad de un sujeto, y de lo que le conduce al pasaje al acto.
Este libro se lee como un relato alegórico, propuesto como metáfora de la tragedia más grande de un país donde todo funciona y donde nadie pasa hambre, sumergido en el sin-sentido de una sociedad fundada en el materialismo.
Notas:
1-Shriver J., Il faut qu’on parle de Kevin. Paris, Flammarion, éditions J’ai Lu. Février 208
2-Lacan J., “Alocución sobre las psicosis del niño” Otros Escritos. Editorial Paidós. 2012
(En francés, p.367: “un fantasme postiche, celui de l’harmonie logée dans l’habitat maternel”)
Make America great again
La verdad, según el adagio, sale de la boca de los niños. El niño violento habrá sido en primer lugar un pequeño hombre puro, reducción de un ser maduro en devenir. Los pedía en los Griegos como los efebos entre los Romanos ¿están ahí para testimoniar: una philopedia? Rousseau decía que el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo aleja de la bondad original, lo deprava y lo pervierte.
Se puede decir que esta concepción del niño salvaje ha evolucionado. Por ejemplo, el bebé nace: ¡His majesty the baby!El niño rey tiene todos los derechos y todo le está permitido. Conocemos las consecuencias: tiranía de las cunas, infierno de los padres, apostolado de los enseñantes, gabinete de los psicoanalistas…Vendrá a continuación el adolescente con su lote de trastornos y de humores a veces destructores. Tanto el niño como el adolescente son términos modernos; nacen cuando cesa la gran industrialización. El niño en la mina, el adolescente en el carbón. La rabia de Gavroche en las barricadas y la de los “nenes” (minot/minotte, designa un niño, en el Midi francés) pintados por Zola, subrayan esta pretendida evolución. Pero, queda América con su sueño deslumbrante y su virtud legendaria.
El artista precede siempre al psicoanálisis, decían Freud y Lacan. Tomemos dos casos sacados de la ficción: Kevin y Merry; dos niños cuyo recorrido está marcado por el odio, la violencia y el horror. El niño, después de una prueba de fuerza autística, cometerá un crimen múltiple. Merry, después de una educación edulcorada se convertirá en terrorista. Personajes extraídos, por Kevin, de la novela de Lionel Shriver (1), y por Merry , del libro de Philip Roth (2). Después de la carnicería, la madre de Kevin dirá: “Quiero que se sienta en la piel de un vulgar mocoso idiota, lamentable y sin misterio. Quiero que se sienta imbécil, quejica, insignificante”. Respecto a los atentados cometidos por Merry, una palabra del narrador a propósito del padre de la heroína: “Era justo un pastel de papi y un padre ideal. El rey filósofo de la vida ordinaria. Lo había criado con todas las ideas modernas –hay que ser racional con los hijos. Todo puede estar permitido, todo es perdonable.” Ahí se dice todo, ¡Eso va a misa!
Es cuestión del fracaso del American Dream, de la relación padres/hijo –deseada angelical- como metáfora de USA. De hecho se trata del fracaso de los padres –su laxismo les pierde- , y de la desesperación de las madres. Sin embargo, ¡no faltaban los diagnósticos precoces pronunciados por los médicos, los psiquiatras, los logopedas! Pero las órdenes paradójicas (doble vínculo) abundaban y el goce obedeciendo a la pulsión de muerte se imponía: el objeto mirada en Kevin, la confusión de discursos en Merry. Esta última oscilaba entre la certeza (compromiso político) y la errancia (secta Jaïn). Para Kevin, la ironía desplegaba su ferocidad legendaria hasta lo peor. Sin embargo, los padres sudaban la gota gorda por una educación impecable. Causa perdida y consecuencia segura: la muerte está al final del túnel. Queda el psicoanálisis comopharmakon.
Notas:
1-Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin. Ed. Anagrama. 2007
2-Philip Roth, Pastoral Americana. (Diversas editoriales)
Valeria Somme Dupont,
Responsable del equipo Blog
Traducción del Zappeur nº 8: Elvira Tabernero y Gracia Viscasillas
Composición y revisión: Mariam Martín
Equipo de traducción:
Giuliana Casagrande, Diana Lerner, Mariam Martín (responsable),
Tomás Piotto, Elvira Tabernero y Gracia Viscasillas
Coordinadora de la DHH y moderadora de la lista de la DHH
M. Martín Ramos martinramos@telefonica.net