¿Cómo rebelarse? (texto: J. A. Miller) - traducción: Tomas Piotto


El texto de J. A. Miller ¿Cómo rebelarse? es una referencia bibliográfica fundamental para nuestro trabajo. Ha sido traducido por Tomas Piotto miembro del equipo de traducción de la DHH-NRC y del ERINDA ¡Buena lectura! 


¿Cómo rebelarse? *


“¿Cómo rebelarse?” Este título, con el que Catherine Clément me ha interpelado, lo recibí como un oráculo, es decir, como indiscutible y como un enigma a la vez. No pedí ni aclaraciones, ni explicaciones, ni comentarios a C. Clément. Obedezco, dócil a su pedido –en todo caso, hay uno que no se rebela. No sé nada del contexto donde se inscribe este tema que me fue propuesto e ignoro qué puede esperar el auditorio que ustedes conforman. Para sostener mi propósito, no tengo más que estas tres palabras seguidas de un punto de interrogación, que lanzo como una botella al mar, sin la más mínima idea de lo que sucederá.

Sin mediación.
Una botella al mar, no está mal para lo que es una rebelión, porque, en realidad, en su punto de origen, no se delibera, se experimenta, se hace. Para acercarse a partir de categorías que podrían ser cuestionables, pero que no dejan de ser comunes, la rebelión es del registro de la emoción más que de la razón deliberativa.

Tomar en serio el tema de la rebelión me ha hecho recordar la curiosa novela de Anatole France, una chifladura que se titula La Rebelión de los ángeles. Abre con el misterio de una imponente biblioteca donde los libros desaparecían inexplicablemente hasta que nos enteramos que es un ángel rebelde el que los roba. “Esto es lo que más falta le hace a nuestro pueblo […]. Él no piensa” (2). Es por eso, dice, este primer ángel -seguido de muchos otros que se agitan en los distritos quinto y sexto hasta el Boulevard de Rochechouart- que debería liberar los cielos por la ciencia.

Esta cita indica que la rebeldía está en disyunción al saber; es sin mediación. La rebeldía propiamente dicha no piensa y se distingue en esto de la subversión, empresa de largo aliento que demanda el conocimiento profundo del orden que se trata de arruinar, derribar. La imagen de la subversión es aquella de la famosa Vieille Taupe (3), que cava en las sombras, explota la duración y le da tiempo al tiempo, si me permiten decirlo así.

La rebelión tampoco es la revolución. Esto fue, durante el siglo pasado, el lugar común a partir del cual se oponía rebeldía y revolución: la rebeldía es sin mediación, mientras que la revolución es una larga elaboración, amplia, diversificada, que requiere soportar durante mucho tiempo la configuración del orden inédito que se trata de instaurar.
Subversión y revolución se inscriben entonces en la duración. La rebelión, no: para aislarla en su punto extremo y en eso que tiene de más original, diría que se juega en el instante, es un sobrecogimiento (4). Para emplear una palabra un poco cargada de sentido, su esencia es un “no” instantáneo.


El encuentro de un imposible de soportar.
Si busco el resorte de la rebelión, lo que me viene, lo que creo percibir, es que se trata de un encuentro, inesperado, azaroso, que sorprende al sujeto: el encuentro de un imposible de soportar. Este término que introduzco aquí puede ser lo que haya inspirado a C. Clément a proponer este tema de la rebeldía a alguien que trabaja como psicoanalista. De hecho, ¿quiénes recurren a un psicoanalista? sino aquellos que se enfrentan con un imposible bastante intenso y virulento de soportar. Eso es lo que se necesita para romper con la inercia de toda paciencia – ya que la paciencia, quiere decir: es lo que se soporta. Luego, en un momento dado, encontramos lo imposible de soportar que se vuelve de una incandescencia tal que los empuja a dirigirse, como se dice, a pedir un analista.

Sin embargo, en el caso del psicoanálisis, ese encuentro no suscita ninguna rebelión: cuando uno se vuelve, como decimos, paciente de un análisis, ese imposible de soportar, se encuentra en el interior de uno mismo. Hay rebelión solo si se coloca ese insoportable en el exterior, en el mundo, en un otro, en los otros. Si uno no puede manejarse con un otro, con los otros -tratar con un padre, una madre o los hermanos, por ejemplo-, es posible que esta impotencia los lleve hacia un análisis. De una manera general, buscamos una terapia cuando comprobamos ser nosotros mismos la sede de una intensa rebeldía interior. Una parte de nosotros mismos es insurgente y se rebela contra su propio pensamiento o su propio cuerpo. Hay ideas que se rebelan, que hacen a su capricho, que se nos imponen, así como también hay partes del cuerpo propio que pueden hacer su propio camino, si puedo decirlo así.
Aclaro de inmediato que rechazo toda idea de terapeutizar la rebeldía. La rebeldía debe ser respetada como tal, en su sentido y su dignidad. La rebeldía se consagra a un “no” que eleva hasta la incandescencia el poder de lo negativo que  –al menos según algunos filósofos– sería la dignidad de la humanidad. Sin embargo, el animal también puede rebelarse, en particular, cuando nos apropiamos de él, salvaje, para domesticarlo, para hacerlo entrar en el orden humano, es decir, darle un amo.

En este sentido, admiro que C. Clément no me haya preguntado “¿por qué rebelarse?”, sino “¿cómo rebelarse?”. Razones para rebelarse no faltan, hay en abundancia. Es lo que entraña el dicho famoso, no puedo dejar de citarlo, de ese rey filosofo llamado Mao Tsé-Tung: “Siempre hay razones para rebelarse”. Dejo de lado el contexto de esta acción, donde según parece este maestro usó esta rebelión para propósitos que le eran propios, aquellos para consolidar el poder -el poder revolucionario o su propio poder, según las interpretaciones.
Pero, tomemos esta palabra por lo que dice: la rebeldía es siempre legítima, en el sentido de que ella se verifica así misma, ella lleva a cabo su propia tesis, su autoafirmación, aunque sea ex nihilo. Da testimonio de un imposible, que nadie puede juzgar. Pues, falta saber que eso que es insoportable para uno, el otro lo soportara con paciencia. Es incluso sobre el fondo de la paciencia general de la rutina que se alza la rebelión singular y su resplandor.


Sacrificio y estructura de la apuesta
El título que me ha propuesto C. Clèment me ha hecho leer otro libro, El hombre rebelde de Albert Camus. Quien cree que tiene que formular una modalidad colectiva de la rebeldía, bajo la forma: “yo me rebelo, luego, somos” (5) Tal como considera, toda rebelión se llevaría a cabo en nombre de la humanidad y se inscribe en un horizonte de humanidad; en términos hegelianos diríamos que la rebeldía “tiene inmediatamente en sí misma el universal”. Pero esta virtualidad que ella lleva en sí misma no asegura que la rebelión colectivice efectivamente en nuestra época. Camus no lo ignora, porque, más adelante en su obra, habiendo desplazado su sinopsis, escribe que “El movimiento de rebelión, en su origen, se interrumpe de pronto. No es sino un testimonio sin coherencia. (6)
Retengo el término testimonio. El rebelde es en efecto un testigo, incluso potencialmente de un mártir, de su rebelión. De lo contrario, es sólo un protestón, un cascarrabias incómodo por el curso del mundo y donde la insurrección no va más lejos que en manifestar su mal humor. ¿Qué es lo que distingue -me pregunto- al rebelde del protestón? El rebelde da prueba de lo imposible, mientras que el gruñón no muestra nada más que incesantemente su impotencia. Él no paga más que con palabras, en palabras vacías, en un blablá sin consecuencias, mientras que el rebelde paga con su persona y esto es hasta las últimas consecuencias, es decir que él pone –al menos virtualmente, potencialmente– su vida en la balanza.

¿Cómo rebelarse? Reflexionando sobre eso, no he encontrado verdaderamente  más que una sola respuesta a esta cuestión enigmática: sacrificándose a sí mismo. Nos rebelamos sacrificándonos a nosotros mismos. No hay rebelión que merezca este nombre sin un sacrificio de uno mismo. La seriedad de la rebelión se mide a partir del sujeto de ésta. Aquel que la soporta- “el hombre rebelde” en los términos de Camus- pone en juego, esencialmente, una pérdida que se trata de una perdida de bienes, de su bienestar, de su libertad y, en el límite, de su vida. Con esta breve observación, puedo llegar hasta decir que toda rebelión se abre sobre un horizonte de muerte. En ese sentido, una vía conduce, eminentemente, de la rebelión al heroísmo. Los rebeldes se constituyen de buena gana en la materia de los grandes gestos heroicos, en los que figuran junto a los caballeros, a los grandes generales –quienes en sí no son rebeldes. En el heroísmo legendario, los grandes defensores del orden establecido están cerca de los rebeldes.

El acto de rebeldía podría responder a una estructura que no es sin analogía a la apuesta de Pascal. Podríamos hablar de la apuesta de la rebelión –que implica, en efecto, que podemos poner en juego la vida, hacer de la vida una apuesta, reunirla como una unidad elemental, una ficha que podemos lanzar sobre el tablero de juego en vista de una retribución. En Pascal, se trata de ganar lo que llama “una infinidad de vidas infinitamente felices que ganar” (7), a condición de que el partenaire exista. El cual es para Pascal nada menos que Dios, el dios de la vida, el dios de Abraham, de Isaac y Jacob. Parece que podemos reconocer la estructura de esta apuesta, pero jugando con el Dios de otra escritura sagrada, en el acto suicida de estos terroristas cuyo sacrificio capta regularmente la atención de las noticias mundiales de este siglo. En el fondo, también juegan su partida: por su acto sacrificial, piensan ganar una retribución destinada a serles pagada en otro lugar, traducido como un paraíso, descripto en otros términos que el de Pascal.

Inspirándome en esta estructura, diría incluso que ésta apuesta redoblada de Pascal se jugaba en el siglo pasado con una divinidad cuya existencia no fue menos dudosa y que fue llamada la historia, o el sentido de la historia. La retribución que se espera – lo he constatado- ya no se evoca, hoy, sino con un tono sarcástico como ocurre en “les lendemains qui chanchent”, versión laica, colectivizada de la fórmula pascaliana que he citado ”una infinidad de vidas infinitamente felices”. Para la memoria, recuerdo que “les lendemains qui chanchent” (8) es el título dado a la autobiografía póstuma de un resistente, fusilado por los alemanes en el monte Valeriano. Gabriel Peri era miembro de un partido que quería ser revolucionario, el Partido Comunista francés, del cual, todavía en el siglo veintiuno, existe un vástago notablemente distinto de aquel. Un partido revolucionario, como una religión militante da, en efecto, por partenaire un gran Invisible, es decir, un gran Otro; vuestro sacrificio sirve para demostrar y consolidar su existencia. Porque sacrificamos nuestra vida por él, tiene posibilidades de existir, sea bajo la forma de la divinidad, sea bajo la forma del sentido de la historia. Pero esto supone ser miembro de un partido o adherirse, creer en una religión. Si existe el acto puro de rebelión, ¿podemos aislarlo, extraerlo de esta estructura de la apuesta de Pascal, de esta relación con el gran partenaire, e incluso también de toda ideología de la esperanza?


La rebelión, como tal, no tiene fe, no especula sobre el porvenir, brilla en el instante. Se da enteramente en el encuentro de lo que llamamos lo imposible de soportar y en la decisión, el acto, se sigue inmediatamente, sin tiempo muerto. Falta entonces, creo, extraer la rebelión de esta estructura de la apuesta y adelantar que ella es un arrebato. Ese viaje de éxtasis te atrapa -como una ficha, dije- como un todo reunido y condensado en la unidad de tu ser y de éste, hacia y para la muerte.


Cierto, en la rebelión, esta muerte se presenta de muy buen grado como la muerte del otro, no la del gran Otro de la apuesta neo-pascaliana, sino del hombre que está enfrente de uno – el hombre indignante, si puedo decirlo así, aquel que nos domina, nos desposee, nos priva de lo nos pertenece por derecho. Es él, el partenaire del acto de rebelión. En el acto puro de rebelión, comúnmente alegamos haber encontrado una injusticia o el espectáculo de la injusticia - porque el rebelde no es necesariamente el oprimido, puede ser muy bien el privilegiado que se solidariza con el oprimido. Sin duda podemos considerar el sentimiento de injusticia como un afecto primario: la justicia como un absoluto antropológico. Decimos por cierto que Jacques Derrida, experto en desconstrucción, tenía por excepción a la justicia como un elemento no deconstructible.

No obstante, igualmente si admitimos que toda rebelión es suscitada por el espectáculo intolerable de injusticia, ¿la justicia es ella la última palabra del asunto?  Podemos decirlo, pero podemos también sospechar que la justicia será una última barrera a franquear para acceder a la verdad de la rebelión. Es el caso de la justicia distributiva: a cada uno su derecho. El derecho no es un dato primitivo, es relativo a un discurso, está forjado, se pliega, es una ficción. La sabiduría de los religiosos como revolucionarios es posponer hacia más adelante el reino de la justicia distributiva, el castigo de los malvados y la recompensa de los buenos.

La rebelión, por el contrario, es el Juicio final, inmediatamente en el presente, por lo que es el sujeto mismo el condenado. Si la rebelión apunta al Otro, el privador, la trayectoria de su flecha alcanza y perfora al sujeto mismo, puesto que se trata de su propia vida con la que hace una apuesta, es él quien se sacrifica y se separa de lo que es la raíz de la existencia. 
Por esta razón, la rebelión es una estructura en espejo: no alcanzo al otro más que sacrificándome a mí mismo. La agresión repentina que este otro suscita, es uno mismo el que la padece. Lo que Camus llama “el movimiento de rebelión” regresa, se cierra en bucle sobre el rebelde que la inició. Es decir que la rebelión está trabajada por el suicidio, ella siempre está a instancias del suicidio. Cuando el hombre rebelde llega a percibir la verdadera naturaleza de su imposible de soportar, descubre, asustado, de que tiene su propio rostro.


Una rebelión advertida…
Ese movimiento de retorno es constitutivo de todo lo que podemos llamar, legítimamente, la rebelión. Esto no significa que este retorno se vuelva efectivo. El sujeto no es afectado más que virtualmente. En la actualidad no le resulta imposible a la rebelión escapar a la reversión. De entrada, sucede que la rebelión triunfa. Pero, como regla, el rebelde generalmente se convierte en aquello contra lo que luchó. Toma el lugar del privador, del opresor contra el que se rebeló. Si no es mártir, será amo. Esto es lo que Camus enfatiza en su retórica del hombre rebelde: algunos rebeldes serán mártires para que otros sean amos. Parece que hay una fatalidad, una maldición de la rebelión.

Ahora bien, ¿cómo rebelarse de la buena manera? O, en definitiva, ¿tenemos que pensar que siempre hay razones para someterse? Determinar cómo rebelarse de la buena manera, es lo que uno podría esperar de un psicoanalista, al menos de un psicoanalista como debería ser, es decir, habiendo aislado su imposible de soportar como sujeto y habiendo tomado alguna distancia con eso intolerable. Para rebelarse de la buena manera, conviene estar advertido de la reversión de la rebelión y de su relatividad. Conviene además estar advertido de la relatividad de lo imposible de soportar: es el de cada uno, y cada persona con el suyo, no pudiendo así coincidir con el propio más que por encontrarse. Conviene estar igualmente lo suficientemente advertido del efecto de sobrecogimiento en que puede poneros el espectáculo de lo insoportable, suficientemente advertido para no dejarse engullir y poder marcar el paso. Si el espectáculo de lo imposible de soportar anima la rebelión, es que coincide con teatro más íntimo – aquel que Freud llamó el fantasma – y que un goce es allí encontrado. La rebelión en nombre de la justicia es a menudo habitada por una rebelión causada por el goce, por una envidia de goce (9) [jalousie de jouissance], diría. De esta jalousie de jouissance, conviene estar en guardia si queremos rebelarnos de la buena manera, es decir, sin llevarlo a cabo en el modo suicida.


Traducido por Tomas Piotto, sin revisión ni autorización del autor.
Revisión Mariam Martín.


Notas
*-J.-A. Miller. “Comment se révolter?”, en La Cause freudienne, nº 75, julio 2010, pp. 212-217.
Esta conferencia fue pronunciada por J. A. Miller, el 8 de abril de 2010 en la universidad popular del quai Branly (París), concebida y animada por Catherine Clément. Esta alocución se inscribe en el marco de un ciclo titulado Apostrofe: ¿Es así cómo viven los hombres? El debate que tuvo lugar con C. Clément, después con los participantes a continuación de esta intervención no se ha transcrito en este texto.
Texto original en francés establecido por Pascal Fari no revisado por el autor.

1- France, A: La rebelión de los ángeles. París Payot et Rivages. 2010, p103. Capítulo XXVI Deliberación
2-La Vieille Taupe es originalmente una librería ultraizquierdista dirigida por un colectivo militante del mismo nombre, inaugurado en París en septiembre de 1965. Esta librería cerró sus puertas en 1972.
3- pavor, asombro, conmoción, impresión (N. del T)
4-Camus, A.: El hombre rebelde [1951]. Buenos Aires, Losada, 2005, 30.
5--Ibíd., p. 126.
6-Pascal, B.: Pensamientos. Madrid, Gredos, 2012, p. 151.
7-Les Lendemains qui chantent es una autobiografía de Gabriel Péri, ex diputado comunista fusilado por los nazis en 1941 en Mont-Valérien.
Su autobiografía, publicada póstumamente en 1947, contiene su famosa carta de despedida, escrita en la víspera de su ejecución. Estas son las últimas palabras que escribe: Todavía creo, esta noche, que mí querido Paul Vaillant-Couturier tenía razón al decir que "el comunismo es la juventud del mundo" y "que prepara un futuro mejor". Voy a preparar un "mañana que cante" más tarde. Me siento fuerte para enfrentar la muerte ¡Adiós! Y que viva Francia.
8- la jalousie de jouissance es condensado en un neologismo por J. Lacan “jalouissance” (Seminario XX, p 121), para dar cuenta del goce de los celos o de la envidia, es decir cuando el otro tiene o guarda el objeto que es para el sujeto el objeto más preciado. Es traducido“celosgoce” (N del T).