Le Zappeur n° 9



Numero 9-febrero de 2019


Editorial n°9

¡Revólveres en mano!

Por Valeria Sommer-Dupont


Una consigna surrealista y una orientación a lo real: ¡revólveres en mano! Esto es lo que propone el psicoanálisis frente a la realidad del niño violento. Porque, si bien acogemos la violencia del niño con dulzura (1), lo atacamos armados de una orientación. Esta consigna de André Breton de la cual J.-A. Miller habla en su texto “Niños Violentos” (2) no es una incitación a las practicas violentas para contrarrestar la violencia. Es a la lengua y en la lengua que esta frase produce violencia, porque el plural de “revólveres” no es acorde al singular de la mano como nos los muestra J.-A. Miller.

En este desacuerdo fundamental, un bien-decir por supuesto lejos de un ideal que requeriría una correspondencia justa, univoca y equitativa: una mano, un revolver.

Sabemos cuánto podemos estar animados por un ideal de coherencia, de concordancia, impulsados por una expectativa de hacer desaparecer el desacuerdo que produce violencia o la disonancia que hace picar la oreja, cómo nos recuerda Alexandre Hugues, citando a Serge Cottet en este Zappeur; un ideal de corregir la supuesta falta en el otro, tal como lo muestra Michèle Rivoire con su lectura de Une fille en correction. Podemos desesperar frente al niño que se desborda, frente a un joven que se hace daño cortándose, como lo describe Solenne Froc, o frente a un sujeto que lucha contra las exigencias superyoicas de una lealtad que lo amordazan, como Théo, en el texto de Catherine Kempf… La orientación freudiana y lacaniana develan cómo esa desesperación está a la altura de la esperanza que se tiene. Así, «[…] he visto varias veces a la esperanza –lo que llaman: los mañanas que cantan– llevar a gente que apreciaba tanto como os estimo […] al suicidio muy simplemente.» (3). Esta contundente cita de Lacan, cuando se conoce el destino de Zweig que criticaba el pesimismo de Freud, a leer en el texto de Philippe Lacadée. La esperanza, lejos de alejar la pulsión de muerte, le sirve la sopa.

Sostener la esperanza, ahí donde se trata de un imposible, es infringir una violencia al sujeto. El infierno esta pavimentado de buenas intenciones, nos recuerda Lacan en su Seminario La ética del psicoanálisis (4). Nada más violento que querer el bien del otro (5). Cuántas manifestaciones de niños llamados “violentos” no son sino “contragolpes agresivos de la caridad” (6), los acting-out vienen a señalar el resorte agresivo de la benevolencia. Pero, si bien Lacan no cultiva la esperanza, él no se reconforta con la desesperanza y se cuida de empujar a lo peor. Si nos rebelamos contra las buenas intenciones es porque sabemos que nuestras acciones están armadas de un goce que reside en el cuerpo. Es cuando despreciamos en nombre de la bondad humana, este punto radical, antipático y violento, esta pequeña “porquería” que llevamos, que provocamos la violencia que pretendemos estar tratando. “Es preciso pasar por esta basura decidida para, quizá, reencontrar algo que sea del orden de lo real” (7), indica Lacan en su seminario El sinthome.

El analista no hace caridad, “Más bien se pone a hacer «Un santo, para hacerme entender, no hacer caridad. “Más bien se pone a hacer de desecho: descarida. Y ello para realizar lo que la estructura impone” (8). Leo aquí una indicación para nuestra practica con los niños llamados violentos. No hagamos caridad, no le impondremos limites o correcciones, no nos apresuraremos a dar un sentido, contentemos nos más bien con sustraerlo, acotar como lo muestra J. R. Rabanel (9) en el Zappeur precedente, de bordearlo como lo propone A. Stevens(10), de extraer el plus de gozar. Descaridemos.

Con los niños violentos, ¡Revólveres en mano! Ello consiste en apuntar primero a su propio fantasma. «El psicoanálisis permitiría […] que el inconsciente del cual usted es sujeto pueda ser traído a la luz. (11), apuntar a su goce y extraer las consecuencias, condiciones necesarias para ejercer una contra-violencia ética. Una violencia más digna que no se alimenta de las ilusiones de un mundo sin violencia ni de una práctica que no incluya el goce. La violencia es de estructura, porque no hay relación sexual.

Revólveres en mano y salvación por los desechos, es el ataque surrealista que J.-A. Miller propone. Esta orientación tiene en cuenta lo real, que ninguna tirada de dados abolirá jamás.
¡Buena lectura!


Notas:
1.- Miller J.-A., “Niños violentos” en Carretel nº 14. Revista de la DHH-NRC. Bilbao. 2017, p.9-17.
2.-Miller J.-A., op.cit.
3.-Lacan J., “Televisión”, en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 568.
4.- Lacan J., El Seminario, libro VII la ética del psicoanálisis,Paidós. Buenos Aires, 2009.
5.- Como genitivo subjetivo y objetivo.
6.-Lacan J., Escritos, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2007, p. 112.
7.-Lacan J, El Seminario, Libro XXIII, El sinthome. Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 122.
8.-Lacan J., Otros escritos, op. cit., p. 545.
9.- Rabanel, J.-R., «Une entame à la Jouissance» en Le Zappeur, n°8 : http://institut-enfant.fr/2019/01/22/une-entame-a-la-violence.
10.- Stevens A., «Devant l’enfant violent: un cadre ou un bord?» en Le Zappeur, n° 6: http://institut-enfant.fr/2018/12/03/devant-lenfant-violent-un-cadre-ou-un-bord.
11.- Lacan J., “Televisión”, op. cit., p. 569.
12.- Miller J.-A., «Le salut par les déchets» en Mental nº 24, abril 2010.



Emergencia de la violencia, modalidades de respuestas

Por Philippe Lacadée

“¡Este chico será un gran hombre o un gran criminal!”. Dijo el padre del Hombre de las ratas, celebre paciente de Freud, cuando su hijo en una crisis de rabia terrible le dijo: “¡Eh, tú, lámpara, pañuelo, plato!”, Freud lo consideró como un insulto. El pequeño de cuatro años venia de recibir de su padre un correctivo por haber mordido a su niñera.

Freud considera que el padre olvida la vía de la neurosis, es decir, el camino del síntoma confirmado por la evolución del hijo que, por temor a su furia hacia el padre, se volvió cobarde. Lacan ve en el insulto el punto a partir del cual se origina la metáfora. Para el niño es una forma en la que “provoca la caída […]  de aquel significante supremo llamado el Padre” al rango de los simples objetos domésticos que tiene en el campo de su visión y así “destruirlo” (1).

Gracias a la orientación analítica podemos captar, a menudo en el après-coup, lo que se había puesto en juego para un niño que se topó, con una emergencia de violencia proveniente de él mismo. A veces, esta violencia puede entenderse como intención de agresión desde el ángulo de la violencia imaginaria atrapada en la trampa de la rivalidad o la frustración; en tal caso podemos ayudar al niño a darle una significación a esa violencia, a ponerle palabras en el marco de “una convención de dialogo” (2). Pero a veces la violencia no tiene nada que ver con la palabra, ésta surge como un desgarro pulsional sin represión posible, violencia fuera del síntoma donde se juega un goce mortífero que puede acabar con todo, sin posibilidad de ser puesta en palabras. Violencia fuera de la palabra, ella aparece frecuentemente como efracción, como intrusión en el cuerpo de aquel que la experimenta, anudada a un acontecimiento de goce. Freud en El malestar en la culturahabló de ello como una tendencia a la agresión ligada a la pulsión de muerte, incluso como la pulsión de muerte en sí misma.

Elias Canetti en su libro La lengua salvada habla de esa violencia que lo empujó a querer matar a su prima con un golpe de hacha porque ella se negó a mostrarle el cuaderno que había traído de la escuela. De niño cuando aún no iba a la escuela, las letras ya lo fascinaban: “Agora vo matar a Laurica” (3). Su abuelo llegó y le arrancó el hacha de las manos a Elias antes de que fuera demasiado tarde.  El consejo familiar se cuestionó por la aparición de la violencia que llevó al niño a querer destruir al otro. El mismo Canetti escribió «Creo que entendieron que la escritura significaba mucho para mí», sin embargo no comprendieron del todo ya que «debía de haber algo muy malo y peligroso en mí que podía moverme a desear matar a mi compañera de juegos».». La solución de la letra hizo borde entre lo real de un goce que lo desbordaba y el saber, lo que lo puso en camino al premio Nobel de literatura que recibió en 1981.

En su texto de orientación “Niños Violentos” (4), J.-A. Miller pone en evidencia que la violencia no es un síntoma y agrega que, en ocasiones, ella puede llegar a serlo.

Para dilucidar lo que queremos decir con violento, y para no poner este predicado en el niño demasiado rápido, se debe velar por modalidades de respuestas e instaurar dispositivos de acogida para lo que, en la violencia, provoca sufrimiento. En ese “dispositivo”, en el sentido de Giorgio Agamben (5), se puede experimentar la apuesta de la conversación establecida en el Cien, de acuerdo con las coordenadas que sostienen la conversación: cortesía, respeto, obediencia al otro.

En el Cien trabajamos interdisciplinariamente, abordando no al niño a partir del discurso analítico, es decir en una clínica bajo transferencia, pero, en tanto que él se inscribe en los diferentes de discurso que lo hablan, “No aceptaremos ciegamente la imposición del significante «violento» por la familia o la escuela”. (6). Nos preguntamos acerca de las modalidades de respuesta: ¿se necesitan más limites, más reglas, restablecer una autoridad? o ¿hace falta, como lo propone J.-A. Miller, “proceder con el niño violento preferentemente por la dulzura, sin renunciar a utilizar, si es necesario, una contra-violencia simbólica”? (7).

J.-A. Miller subraya la importancia de los semblantes, tan necesarios para vivir en comunidad. Él recomienda dejarse engañar y de hacer uso de ellos. Veremos cómo, en situaciones precisas, en la escuela o en instituciones, para detener la violencia de un niño a menudo nos vemos tentados a mostrarnos firmes, especialmente porque la “firmeza” no siempre se opone a la “dulzura”: “se puede reaccionar firmemente y hablar con dulzura” (8), precisa Alexandre Stevens.

Hanna Arendt en su texto La crisis en la educación (9)muestra que los adultos no son ya responsables del mundo que ellos ofrecen a sus hijos, es decir que ellos no saben decir «sí» al elemento novedoso que cada niño lleva consigo. Ella nos indica que un «no» al niño para intentar hacer borde o límite a su violencia no puede ser eficaz sin un «sí» previo: «sí» a su lugar, lugar inédito donde el niño sabrá tejer un lazo social, sea su invención, o haciéndose actor de la decisión tomada por él con tacto y respeto. Es a partir del acto de palabra, de habiendo sabido decir “sí” que, en el après-coup, un decir, una palabra podrá hacer acto de borde para él: “El dicho enuncia una negación y corrige, pero es el decir lo que da una respuesta al sujeto y rechaza la violencia”. (10)

Hacer borde es introducir la dimensión del semblante, es decir, adonde el sujeto pueda producir su solución, como nos han enseñado los jóvenes del Rap en 1996. Freud dice que “el ser humano encuentra en el lenguaje un sustituto de la acción; con su auxilio el afecto puede ser «abreaccíonado» casi de igual modo” (11). Aquí se juega la diferencia esencial entre un saber-hacer técnico de manual o un protocolo del estilo de “¿Cómo lidiar con el niño violento?” y un saber-hacer ahí. El saber-hacer supone un conocimiento a partir del cual se erigen reglas aplicables a lo que se considera domesticable. Como lo muestra Freud, la cosa violenta conserva una parte imprevisible e indomable que, para nosotros, necesita el saber-hacer ahí, saber inventar teniendo en cuenta la singularidad de cada uno. En nuestras reuniones de los laboratorios del Cien, son esos distintos saber hacer ahí, los que nosotros recogemos en una dimensión interdisciplinaria. Acogemos los puntos de impase de cada partenaire así como también las invenciones que tengan valor de transmisión y de enseñanza.

“En aquellas horas pasadas en su sociedad, a menudo había hablado con Freud del mundo de Hitler y de la guerra”, recuerda Zweig en El mundo de ayer. “Como hombre verdaderamente humano, estaba profundamente conmovido, pero como pensador no le sorprendía en absoluto aquel escalofriante estallido de bestialidad”. (12)
Stefan Zweig evoca el pesimismo de Freud, que le molestaba tanto cuando negaba “la supremacía de la cultura sobre los instintos; ahora se podía ver horriblemente confirmada su opinión -y en verdad no estaba nada orgulloso de ello- de que la barbarie, el elemental instinto de destrucción, era inextirpable del alma humana”. (13)

Al final de su vida, Zweig termina poniéndose del lado de lo incurable sin dejar de tener su esperanza en la comunidad de naciones: “Quizás, en siglos venideros, se encontrará un modo, al menos en la vida común de los pueblos, de reprimir tales instintos; en la vida cotidiana, sin embargo, subsisten en la naturaleza humana más íntima como fuerzas inextirpables y quizá necesarias para mantener una cierta tensión”. (14)

No pasemos por alto que puede haber una rebeldía saludable del niño contra las condiciones injustas y que esto sea una salida a condición de encontrar un lugar al cual poder dirigirse y donde se lo tenga en cuenta, distinguiendo la rebeldía de la violencia errática que amenaza con llevarse todo a su paso.


Notas:

1-Lacan J., Seminario Libro 5, Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires, Paidós, 2006. p.  480
2-Lacan J., “La agresividad en psicoanálisis” en Escritos 1. Buenos Aires. Siglo XXI, 2008. p. 109
3-Canetti E., La lengua salvada. Obra completa 3. España, Debolsillo, 2015. p.58 - 59
NT: En el texto está escrito de este modo «Agora vo matar a Laurica », en la lengua de su infancia, el Ladino.
4. Miller, J. -A., “Niños violentos” en Carretel nº 14, revista de la Diagonal Hispanohablante de la NRC. Bilbao, 2017.
5.-Agamben G., ¿Qué es un dispositivo?, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2014.
6.-Miller, J. -A., “Niños violentos” en Carretel nº 14, revista de la Diagonal Hispanohablante de la NRC. Bilbao, 2017, p.9-17.
7.-Ibid.
8.-Stevens A., «Devant l’enfant violent: un cadre ou un bord?» en Le Zappeur, n° 6 : http://institut-enfant.fr/2018/12/03/devant-lenfant-violent-un-cadre-ou-un-bord.
9.-Arendt H., “La crisis en la educación” en Entre el pasado y el futuro, Barcelona, Ediciones Península, 1996.
10.-Stevens A., op. cit.
11.-Breuer y Freud S “Estudios sobre la histeria” [1893-1895] enObras completas. Buenos Aires. Amorrortu editores, 1992, vol. II, p. 34.
12.-Zweig S., El mundo de ayer, Barcelona, Acantilado, 2003, p. 531.
13, 14.-Ibid., p. 531.



Las lealtades de Delphine de Vigan




En esta novela de suspenso, descubrimos cuatro personajes cautivadores: dos adolescentes y dos mujeres quienes, frente a las violencias que se les hace, van a defenderse, rebelarse, o callarse por lealtad. La lealtad es una cualidad que puede conducir a lo peor.

Théo soporta la situación de niño del siglo, en custodia compartida, hijo único de esposos separados que se detestan. Sus padres están incapacitados de escuchar y comprender eso que él vive en casa del otro. Su madre persigue sobre él los trazos de su pasaje por la casa de su padre. Éste no lo ve porque se hunde poco a poco en una melancolía que lo conduce a la muerte. El adolescente vuelve sobre sí mismo las violencias hechas en su contra.

Traga alcohol de forma cada vez más y más importante, a sabiendas, para intentar que el silencio que se haga en él, que cesen los acufenos que le impiden dormir. Él se desencadena cuando vuelve a casa de su madre: “soporta, cuerpo enfermo lleno de palabras, pero ella no lo ve. Las palabras le dañan, es un ultrasonido insoportable, un efecto de eco que él solo parece entender, una frecuencia inaudible que desgarra su cerebro” (1).

Théo está también confrontado a la violencia de la institución que es el colegio. Allí, él se apoya sobre la amistad con un doble: Mathis, y sobre un objeto: el alcohol, rasgo tomado del hermano mayor de su amigo.

Mathis se siente espantosamente solo al entrar en sexto año. Vio a Théo llegar tarde, después sentarse a su lado, bajo las burlas de los otros. Ellos se adoptaron, el solitario y el humillado. A partir de allí, ellos se refugian en el alcohol al abrigo de las miradas, en un rincón secreto del colegio. Mathis es de una lealtad sin fisuras en relación a Théo, él bebe por amistad y va hasta robar dinero para poder ofrecer a su amigo el preciado alcohol. Los adultos son descalificados.

Hélene, une profesora se interesa en Théo. Ella “ve”, y busca sobre él las marcas de la violencia paternal que ella misma sufrió y que reconoce. Va incluso a levantar la camiseta de Théo, pero no puede encontrar esas “marcas”, invisibles, porque las violencias son de otro orden.
Está también Cécile, la madre de Mathis, quien dialoga sin parar con su voz interior, para tranquilizarse. Desde hace dos años, eso que vio en el ordenador de su marido, la “partió en dos”. Frente a la violencia de las palabras que leyó, su solución fue buscar un psicólogo.

La profesora se rebela contra un despreciable colega que ha humillado a Théo, haciéndolo correr en gimnasia con una sudadera rosa (una de cada dos veces, no tiene sudadera, por estar en casa de su padre) Théo aguanta la humillación sin decir nada, pero un sangrado irreprimible de nariz lo conduce a la enfermería.

Cécile se enfrenta contra su marido en una velada convencional entre amigos, donde hace saltar el marco de lo conveniente, pero eso se le vuelve sobre ella.

Théo vuelve contra él toda la violencia de los adultos, en lugar de elegir odiarlos. Elige la lealtad hacia sus dos padres, se traga las palabras bajo los sorbos de alcohol. Mientras que el odio esta al costado del Eros, y por lo tanto un importante lazo social, la violencia que él se infringe esta al costado de Tanatos, “satisfacción de la pulsión de muerte”. (2)

La lealtad que calla es en esta novela otro nombre de la pulsión de muerte. Pero Mathis rompe la promesa de lealtad y elije la vida de Théo más que su muerte, denunciando su alcoholización extrema.



Notas:

1-Le Vigan D, Las lealtades, Paris, J-C. Lattés, enero 2018, 26
2-Miller J. A.: “Niños violentos” en Carretel nº 14, revista de la Diagonal Hispanohablante de la NRC. Bilbao, 2017, p.9-17.


  

Antisocial pierde un poco tu sangre fría




Porque las orejas del psicoanalista tal como una princesa y el guisante,
No obstante ejercitadas en lo peor, ¿serian lastimadas por la saturación y la disonancia?
          Serge Cotte (Ouï! En avant derrière la musique.) (1).


La tensión aumenta, los puños se cierran, el aire está saturado y el ambiente eléctrizado. Las miradas se cruzan, se escrutan.
Y luego de un golpe, eso parte. Los cuerpos se agitan, se chocan. Pies a la altura de la cara y los puños se desatan. Los golpes llueven, sin retenerse. Los cuerpos se golpean al ritmo de un acorde, de una nota, de una pulsación.

En el foso el pogo o el mosh (*), a veces brutal, no es un combate, la pulsión en marcha sería de muerte. Cualquiera seria tentado a atribuir una función catártica a esta explosividad, los cuerpos en movimiento parecen en principio movidos por una pulsión de vida en sentido freudiano.

Hay que haberse encontrado en primera línea de un Braveheart (2) para medir el asunto. Formando dos campos opuestos enfrentados, el público deja un lugar vacío delante de la escena. Cada uno conoce la división. La impaciencia trepidante se transforma en dos multitudes que se abalanzan una contra la otra en el preciso momento del climax de agresividad de un corte de música tocado.

Lo que se produce allí no es ni duelo, ni un sustituto de la vuelta a una virilidad guerrera reprimida: es una danza. Errática pero no sin código, ella hace lazo porque quien tropieza y cae, esta inmediatamente puesto de pie. Hace lazo porque produce en el après-coup una forma de fraternidad donde entonces se compromete la palabra rencontrada. En su texto de orientación, J, A. Miller indica que “deja en blanco la violencia en el niño considerada como un sinthome” (3). En el planteamiento de la V Jornada del Instituto del Niño, podemos en efecto indicar que existen modalidades de violencia sinthomaticas para los sujetos.

Las inagotables variantes de la escena del Metal siempre atraen a los jóvenes metalheads, apasionados y a menudo ellos mismos músicos.

La iconografía y las escrituras del Metal, a veces ultraviolentas, son próximas de lo real y no buscan a alinearse al costado de lo bello, eso que indica Serge Cottet en su texto “Música contemporánea: la fuga del sonido”: “Si en el arte, hasta hoy, Lacan asigna una función a lo bello, esta ‘barrera extrema que prohíbe el acceso a un horror fundamental, (4) el velo está desgarrado, el objeto estaría desnudo, despojado de toda vestidura ideal, un desecho” (5).

Si en esas condiciones la violencia no derrapa, puede ser que el eje imaginario no esté ajustado, la identificación se hace más bien hacia el grupo de la escena que entre los pequeños otros que se chocan. Y a esto se suma un uso importante de los semblantes.

Entonces es posible “chocar con el otro” (6), a condición de que el antisocial pierda un poco su sangre fría (7) al convertirse en un bailarín en un sistema discordante (8). Todo lazo social, incluso ese que se quiere “anti”, implica una pérdida de goce.



Notas:

*el pogo o el mosh son bailes provenientes del punk o del heavy metal que se caracteriza por los saltos y por desarrollarse a partir de choques y empujones entre quienes lo practican. (N de la T).
1-Cottet, S “Ouï! En avant derrière la musique” en La causa del deseo, Fuera de serie, numero numérico, Navarin editor, p. 64.
2-En referencia a la película, movimiento también llamado Wall of death.
3-Miller J. A Niños violentos. Intervención de clausura de la 4ta Jornada del Instituto del Niño, 2017.
4-Lacan, J. “Kant con Sade” en Escritos II, Siglo XXI editores, p. 744-770
5-Cottet S “Ouï! En avant derrière la musique”, cita, p.57
6-Dupont L, “Cogner sur l’autre, Droit de cité du symptôme”,Quarto, n° 117, 2017.
7-Referencia a Trust, Leduc C, “Anti-social, tu perds ton sang froid!” Argumento para la V Jornada del Instituto del niño.
8-Meshuggah -Dancers to a discordant system– Album obZen – 2008. www.youtube.com/watch?v=uq2HNLTxaZc



  
Mantenimiento del cuerpo de las madres solteras



El libro del sociólogo Jean-François Laé, Una joven en corrección (1), pone en exergo la ideología institucional que realiza lo que llama el “mantenimiento de los cuerpos” de las jóvenes en una época en la que su despertar sexual es considerado como una falta.

Este libro cuestiona el rol de los profesionales a quienes son confiadas estas jóvenes y el lazo que tienen con ellas más allá de su misión de “corrección”. Investiga archivos de los años 50 descubiertos en el sótano de una asociación encargada de la infancia en Avignon; en total, ciento sesenta cartas escritas entre 1953 y 1960: la correspondencia entre Micheline Bonnin – embarazada de 20 años,  “colocada” en casa-cuna  – y de Odile Rouvat, asistenta social del tribunal para niños, su referente.

1950, es el fin del discurso tradicional sobre las chicas desvergonzadas, depravadas, y el inicio de una psicología más moderna sobre las chicas con problemas. Es también el fin de los métodos coercitivos del sistema penitenciario aplicado durante un siglo (1850-1950) a los jóvenes del “correccional” y es el inicio de una justicia de los niños. Estamos en los albores de una profesionalización de especialistas de la protección a la infancia, en particular las asistentes sociales que se ocupan de chicas colocadas por el juez a demanda de uno o de los dos padres, en casas de educación.

Las cartas alumbran un día torcido los sufrimientos de las jóvenes cuyos comportamientos traicionan lo que Freud llama a propósito de los adolescentes “un excedente sexual” (2) y, por otra parte, la permanencia del resorte feroz de una educación que consiste en querer todavía y siempre corregir este goce que escapa. Los actos de revuelta donde la pulsión encuentra cierta salida son estigmatizados: libertinaje, embriaguez, robo, fuga, pereza, etc. La violencia de los adultos golpea a las jóvenes, con la coerción ejercida en su cuerpo, y en las prácticas judiciales y educativas que ofrecen al padre, o en su defecto, a la madre (este es el caso de Micheline), un derecho que remite a la “potencia paterna” (3). Su violencia (la de ellas, las madres) se lee a la vez como el efecto de un goce rechazado y como una defensa contra el goce del Otro y las humillaciones que les infringen, por ejemplo las marcas de la ropa con letras rojas y esta “ceremonia de despojamiento” (término de J. F. Laé) que tiene lugar al entrar en las casas de acogida, con la toma de uniforme.

En lo que concierne a Micheline, el asunto comienza en 1952: sale todas las tardes, va a todos los bailes de la región y al final del verano corre por el pueblo un rumor que lleva a la madre a enviar una carta al juez para pedirle que cierre a su hija. En enero de 1953, la investigación social ordenada conduce al encierro de Micheline embarazada. Se escapa enseguida, es buscada en todo el Rousillon y atrapada. Al nacimiento de su hija Corinne, Micheline propone contactar al padre con una búsqueda de paternidad, pero la Señorita Rouvat se opone formalmente y declara el encierro irrevocablemente.

Sin embargo, un lazo afectivo viene a dar un asiento libidinal a la férula educativa; se puede leer entre líneas en la correspondencia entre Micheline y su asistenta social que se teje alrededor de las quejas y de la rebelión de Micheline y de otras jóvenes madres solteras, indisciplinadas y en guerra con su familia.

Maternidad social y solución subjetiva.
Soltera como muchas de sus colegas, Odile Rouvat ejerce junto a jóvenes colocadas bajo su protección y su autoridad, una “maternidad social” (significante en marcha para designar la función de los hogares maternales (casas cuna). La dignidad del vientre de las madres se le supone corregir la indignidad del deseo sexual de las chicas y el niño se convierte para algunas en un objeto a. Este el caso de Micheline. Ellas son “madres-solteras” y el guión marca un agujero, una elisión: no debería haber un deseo femenino en esas casas construidas por una sociedad patriarcal por principio y a pesar del desmentido infligido en primer lugar por la dimisión de los padres, que es la experiencia corriente de los pensionarios. “Es por culpa de las mujeres que el deshonor llega, siempre se sitúan del lado de la vergüenza”, escribe Michèle Perrot (4). Esta crítica feminista marcada por un rasgo melancólico coloca a las mujeres del lado de un objeto de desecho. No es el mérito menor de la historia de Micheline que el de subvertir a la vez el destino de las mujeres humilladas y, a pesar de las apariencias, de bordear también la voluntad del Otro social de reeducarlas.

Más tarde, Micheline se casa con un panadero y da a luz dos niños: hace familia, pero no nos apresuremos viendo aquí un signo del éxito del programa de reeducación. El lazo epistolar entre ella y Odile ¿no funciona para Micheline como una suplencia respecto del rechazo de su propia madre? Micheline, por otro lado, pidió a Odile que fuera la madrina de su hija Corinne.

J-F Laé convierte la historia de Micheline en la de un “combate” y veo en este relato el de un encuentro, donde la profesional se convierte en partenaire de la joven madre soltera, en particular como Otro de la educación de Corinne. Ese es el testimonio de algunas cartas de ésta que anuncian sus buenos resultados escolares.



Notas :

1.-Laé J.-F., Une fille en correction. Lettres à son assistantesociale, Paris, CNRS éditions, 2018.
2.- Freud S., Nacimiento del psicoanálisis. Carta dirigida a Fliess: “El excedente sexual impide la traducción en imágenes verbales”. Diríamos con Lacan, “en significantes”.
3.- De 1804 à 1935, el “derecho de corrección paterna” permitía al padre obtener del juez como simple requisito, sin que tuviera que justificar los motivos, la detención de sus hijos. Ese derecho firmaba la autoridad total del padre que se apoyaba en el Estado. Sostenía “la potencia paterna”, restablecida por el código napoleónico, abolida en 1970 y sustituida entonces por “la autoridad parental”.
4.-Perrot M., « Drames et conflits familiaux », s./dir.Philippe Ariès et Georges Duby, Histoire de la vie privée, t.5, Paris, Seuil, 1987, p. 267.




“Abrise es ya ayudarse”
 a propósito de los foros de ayuda mutua sobre la automutilación



“Violentarse”, dice bien sobre la dimensión auto-mutilatoria que necesita todo deseo en acto, cuando se trata de arrancarse el goce que nos retiene.
Para algunos jóvenes, esto no es siempre metafórico, la castración no está simbolizada y defenderse contra la pulsión exige a veces una parte de sacrificio en el propio cuerpo. Bajo los pseudónimos Irithae, Peau d’âme, etc., estos adolescentes cuentan su experiencia de auto-mutilación en los foros.

Uno de ellos se llama AM-Entraide (AM-Ayuda mútua). Ese título y estas dos letras expresan a la vez la faceta auto-erótica de esta práctica y un intento de inserción en el Otro. Este montaje nombra el goce y anuda lo real del cuerpo con identificaciones a sus pares. Escuchando ciertos adolescentes, esos lazos internautas necesariamente no hacen pantalla a lo simbólico. Esta puesta en red ¿no permite el esbozo de una sintomatización de esas violencias corporales solitarias? ¿Se puede leer en ella “una nueva alianza entre la identificación y la pulsión”? (1).

La adolescencia puede acarrear una auto-segregación activa que se cristaliza a menudo alrededor de un modo de goce. Jacques-Alain Miller nos invita a explorar “la adolescencia como momento donde la socialización del sujeto puede hacerse bajo una forma sintomática” (2). La auto-mutilación que preexiste a la inscripción en esos foros, la cual determina el tratamiento más que la causa. Aunque el deseo del Otro pueda determinar las identificaciones, estas sin embargo no satisfacen la pulsión(3).

AM-Entraide (Foro AM-Ayuda mútua) tiene 12 años de existencia y 2.265 miembros. Sus estatutos prohíben el proselitismo y la puja, los chantajes con el suicidio están censurados; es por lo que los moderadores velan, y que aconsejan consultar. Alojan cierto gusto por las palabras como las metáforas cutáneas (4), para intentar nombrarse. El humor está presente, hay que soportar incluso el ser “provocado” (5) y responsabilizado. La rúbrica “Abrirse, es ya ayudarse” equivoca y condensa el lado solución del AM y del foro.

Proponer por el uso del escrito una apertura significante, antes que el corte real del cuerpo permite ceder, hacer condescender un trozo de ese goce radical. Una sección debate indica: “al menos, en un foro, no se corta… la palabra”. Secciones de creatividad con dibujos, poemas, cadáver exquisito (juegos de palabras), participan del tratamiento de la letra. Al hilo de los meses, se establece una correspondencia entre los adolescentes donde el propósito ya no es el AM, sino más bien su historia.

Así, una joven interroga su responsabilidad por el hecho de que un amigo “empieza su AM”. Ciertos participantes rehúsan esta idea de imitación: “No le has puesto la cuchilla en la mano”. Otra se interroga sobre la formación de sus síntomas: “Tengo la impresión que adopto actitudes mentales mimando síntomas, como si hiciera semblante, no de sufrir, sino como si diera a mi sufrimiento apariencias conocidas”. Más allá del trabajo sobre la letra, apropiarse del síntoma de otra persona con afectos similares, ¿no es dar una forma  -ciertamente copiada-pegada- a un sufrimiento que no encontraba antes? Como propone Eric Laurent ¿Es “una nueva psicología de las masas” que, “desafía la identificación”? (6)

La comunidad afectiva moderna a la cual se abre la identificación vía el AM no presenta identificación al líder. Incluso si los moderadores juegan un rol importante en estos foros, más bien se trata de reconocimiento recíproco entre pares; los moderadores son o han sido practicantes a su vez. Para algunos de esos jóvenes, el AM es el arma secreta que les permite cortarse literalmente del Otro familiar, escolar, y de apropiarse de su cuerpo, momento de franqueamiento propio a la adolescencia donde autonomía y auto-destrucción se combinan frecuentemente. Estos sujetos instauran, vía esos foros, una nueva dirección, un abrigo frente a ese goce autístico reinventando un lazo social. Por otro lado, esta puesta en escena informática participa en la fabricación del cuerpo tomado en un lienzo intersubjetivo donde “un proyecto corporal toma forma” (7). De este modo, nos unimos a Caroline Leduc, la cual en “Preámbulos a una clínica de la red”, propone “pensar el médium internet como un nuevo cuerpo del Otro que los sujetos contemporáneos se incorporan y apropian para responder a su propia cuestión”. (8)



Notas:

1.-Miller J.-A., “En dirección a la adolescencia” en Carretel nº 13, revista de la DHH-NRC. Bilbao 2016, p.17.
2.-Miller J.-A., Ibid., p.14.
3.- Lacan J., “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista” en Escritos, RBA. 2006, p. 830.
4.-metaforas que hacen referencia al cuerpo: (Crever l’abcès) cortar por lo sano; (écorchée vive) desollarse viva; (mal dans sa peau) sentirse mal en su piel; (se viander) tener un accidente grave, etc,
En algunos casos hacemos la traducción literal al español para que se vea la referencia al cuerpo, en otras la traducción no permite ese juego con la lengua (N de la T).
5.-En argot internet, « troller » significa provoquer.
6.-Laurent E., El reverso de la biopolítica. Una escritura para el goce, Navarin/Le Champ Freudien, 2016, p. 21.
7.-Casilli A., Les liaisons numériques, Paris, Seuil, 2010, p. 223.
8.-Leduc C., «Préambules à une clinique du réseau», La Cause du désir, n°97, novembre 2017, p. 76.




Aichhorn y «los agresivos»




Al principio de los años 1929,August Aichhorn, maestro y educador especializado, alumno de Freud y próximo de Anna Freud, se encuentra confrontado a una cuestión en su institución: ¿qué hacer con esos niños intolerables? He aquí cómo contesta: “Nosotros también los hemos reunido, fundando así el grupo de los agresivos. (…) se trataba de niños que se dedicaban a las agresiones más graves.(…). No era raro verlos precipitarse uno contra otro con cuchillos, tirarse platos a la cabeza. Incluso volcaron la estufa para encender un fuego que iba a servir de arma ofensiva” (1). Para Aichhorn, la particularidad de ese grupo es que es el único para el cual no se ha preguntado la opinión de los jóvenes para ser inscritos en él, forzados por el hecho de que habían sido rechazados de los otros grupos. El principio de trabajo, se mantenía  el mismo: trato benévolo, evitando toda medida violenta” (2).

Dos postulados se oponen. El Dr. Lazar sostiene que es recomendable una disciplina bastante rígida y mucha actividad corporal. Aichhorn hace la hipótesis que si los educadores aplican una disciplina más severa, hacen como aquellos con los que los chicos están en conflicto. A partir de este postulado, que trata más una intuición y que no puede argumentar por anticipado, Aichhorn decide comprometerse personalmente en ese grupo. En primer lugar: “Bondad y dulzura absolutas; actividad continúa y juego frecuente, a fin de prevenir las agresiones; entrevistas seguidas con cada individuo, con la perspectiva de aprender del mismo cómo se sitúa frente a la vida” (3). En segundo lugar: “Dejar hacer, todo lo posible” (4). En tercer lugar: Ante escenas de lucha, (…) hay que evitar únicamente una desgracia, sin tomar partido por uno u otro de los adversarios” (5).

¿Qué pasa entonces?
Las agresiones se multiplican y aumentan en intensidad. Los muebles se destrozan, los vidrios se rompen, la mesa de comer ya no está ocupada, algunos comen incluso en el suelo. Las educadoras aguantan: ellas son “el punto de reposo alrededor del cual ese caos puede tomar forma” (6), escribe Aichhorn. Después del instante de ver, el tiempo para comprender opera un giro: “Pudimos situar netamente un franqueamiento. Las agresiones revistieron de golpe un carácter diferente (…) Las explosiones de rabia (…) no ocultaban ya afectos reales, sino que estaban representadas ante nosotros”. (7). Aichhorn nombra ese pasaje: de la agresión a la pseudo-agresión. Podríamos traducirlo como un desplazamiento del pasaje al acto al acting out (8). En el momento de concluir, la experiencia de Aichhorn se impone: “Un chico se precipitó sobre otro blandiendo un cuchillo, coloca el cuchillo en su garganta gritando: “¡Bastardo! Te voy a cortar la garganta!”  Yo me mantenía impasible sin tomar medidas de defensa, e incluso sin parecer darme cuenta del peligro que amenazaba. La pseudo-agresión y, por tanto, la ausencia de peligro estaban bien claras.

Quizás porque no me había inmutado, quizás porque no le había arrancado el cuchillo de las manos para darle una buena bofetada, el héroe del cuchillo lo echó violentamente al suelo (…) y emitió un aullido inarticulado, (…) seguido de llanto hasta quedar exhausto y dormido (9).

Freud decía de Aichhorn que, desde un punto de vista práctico, el psicoanálisis no podía enseñarle mucho de nuevo, “sino una aproximación teórica de lo bien fundado de su acción”(10). El relato que nos hace testimonia de los efectos de creación de una práctica comprometida, apoyándose en la intuición de la transferencia, y de la operatividad de una respuesta decidida, pero, de paso, que da al sujeto la posibilidad de dejar la escena mortífera que lo lleva al pasaje al acto, para entrar en otra: la del lugar a donde dirigirse. (adresse)

Aichhorn nos transmite la experiencia pionera de un clínico al que la violencia no le hace retroceder. Citarlo cien años después es un homenaje. Un homenaje que no olvida, como nos recuerda Lacan (11), que la forma de una iniciativa, incluso tan admirable, debe ser renovada para abstenerse de convertirse en una técnica reconocida.


Notas:

1.-Aichhorn A., Juventud desamparada. Editorial Gedisa. Biblioteca de Educación, 2006, p. 146.
2.-Ibid., p. 146.
3.-Ibid., p. 150.
4.-Ibid., p. 150.
5.-Ibid., p. 150.
6.-Ibid., p. 153.
7.-Ibid., p. 150
8.-Miller J-A., « Jacques Lacan : remarques sur son concept de passage à l’acte », Mental, n°17, 2006.
9.-Aichhorn A., op cit., p. 150.
10.-Freud S., “Prefacio a la primera edición de Juventud desamparada”, op. cit., p. 23.
11-Lacan J., “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología” en Escritos, Ed. RBA, p. 117.


Punchline n°1


Zoé tiene 4 años y medio y un atento abuelo. Una noche cuando cuida de sus dos nietos, se acerca a él tranquila antes de acostarse, su hermanito duerme ya. Poniendo a su nietecilla sobre sus rodillas, el abuelo constata que el pijama está desgarrado, agujereado en algunos lugares. Le pregunta qué es lo que había pasado. Zoé responde que ha sido su hermanito Oscar. A menudo hay disputas entre ellos y el abuelo conoce los celos de Zoé por su hermano. Con un humor muy freudiano le propone: entonces qué podemos hacer, ¿tiramos el pijama o a Oscar a la papelera? Zoé reflexiona un buen momento, muy sería, fijando a su abuelo, con prudencia, avanza el fruto de su pensamiento. “No sé si papá y mamá estarían de acuerdo”




Traducción del Zappeur nº 9:
Giuliana Casagrande, Diana LernerTomás Piotto

Composición y revisión: Mariam Martín


Equipo de traducción:

Giuliana Casagrande, Diana LernerMariam Martín (responsable),
Tomás Piotto, Elvira Tabernero y Gracia Viscasillas



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