Le Zappeur n° 2
NUMERO 2-
“Es sin remedio, el
parlêtre sólo aspira al bien, desde donde siempre se hunde en lo peor” (1)
1-Lacan
J., Le Séminaire, Livre XXII, RSI, en
la lección del 8 de abril de 1975 en Ornicar?,
n°5, diciembre 75 -enero 76, p. 43.
EDITORIAL
Los cuadernos
al fuego y la maestra en el medio
Por Valeria Sommer Dupont,
Responsable del equipo del Blog
Nada de vacaciones para la pulsión que no
espera al periodo estival para poner los
cuadernos al fuego y la maestra en el centro. La pulsión no se acomoda al
calendario escolar. Vuelve a clase siempre demasiado pronto, o demasiado tarde,
ya que su temporalidad escapa a las intenciones del Rectorado. No conoce las
zonas A, B, C, ese recorte territorial que apunta a regular a las masas y gestionar
los flujos humanos, sólo conoce las zonas erógenas con su singular topología.
J. Lacan puntúa que toda pulsión es virtualmente pulsión de muerte
(1) y
J.-A. Miller pone en evidencia la pulsión de muerte como pulsión del superyó (2).
La pulsión de muerte no tiene vacaciones y,
en nuestra época, está reforzada por el encuentro con el mandato contemporáneo
del empuje al goce. El niño en vacaciones no
está ahí para pasarlo en grande. El tipo (…) que no trabaja en el tiempo libre,
es indigno (…) hoy en día el rechazo del trabajo da cuenta de un desafío, se plantea
y no puede más que plantearse como un desafío (3) . En las maletas hay un
lugar reservado a los Cuadernos de
vacaciones. Vendidos como pequeños panecillos para el paso a la primaria y
hasta el bachillerato, esos cuadernos proponen testar con el niño su nivel e
insistir en sus posibles lagunas. “Todo ello sin forzar, el objetivo es el de
ser lúdico” (4).
Recuperar o adelantar, se tratará para algunos de ponerse a la altura del « AP »
(alto potencial) que un Otro de lo social le habrá colocado a lo largo del
curso.
Colonias de vacaciones científicas, estancias lingüísticas,
cursillos y talleres de actualización, todo un mercado para ser consumido se
ofrece al niño para que asista. ¡Asiste!
La pausa del verano es también, para los más
jóvenes, una cita obligada con ese otro gran clásico de los imperativos
estivales que impiden tener su otium cum
dignitate (5):
¡control de esfínteres! antes de inicio de curso. Este es un momento civilizador
que no ocurre sin cierta violencia para el niño y los padres y cuyas
repercusiones llenan nuestras consultas de analistas.
Finalmente, ¡en vacaciones nos desmadramos!
La violencia pulsional toma aquí otra forma. « Estoy de vacaciones, tengo que
aprovechar » será la única respuesta dada por una chica al despertar de un coma
etílico. La película Spring breaker (6)
muestra esas vacaciones del exceso cuando el enjoy! (goza) está al mando.
EL cuerpo hablante escapa a todo programa
escolar y a toda planificación de vacaciones, con sus deseos y sus
satisfacciones, no se deja encarcelar en los cuadernos escolares, en los
cuadernos de vacaciones, en las revistas de crucigramas completados en la playa
o en el producto que se consume.
En el mejor de los casos, los cuadernos
visitaran el país, dormirán en un rincón de la maleta. En la colonia de
vacaciones, se presentará un encuentro inesperado y, quién sabe,
inexplicablemente, cierta falta se instalará en el lugar del vacío.
¡¡Buenas vacaciones!!
Notas
1-Lacan J., “Position del inconsciente”, en. Escritos, Siglo XXI editores, 1966, pp. 808-829.
2-Miller J.-A., ”Biología Lacaniana y acontecimiento de
cuerpo” en
Freudiana
nº 28. Paidós, Abril-julio de 2000, p.30-31.
3-Lacan J., Seminario XVI
De un Otro al otro. Paidós.
Buenos Aires, 2008, p. 101.
4-Cf. En el sitio del FNAC.
5-Lacan J., ibíd.
101
6-Film americano escrito y realizado por H. Korine, 2012
¿Extremo
o violencia?
Por Laurent Dupont
Conocemos la atracción de los jóvenes por los
deportes peligrosos o llamados “extremos”. ¿Son violentos esos deportes? La
definición que da Wikipedia nos deja
con las ganas: “Un “deporte extremo” es un término popular que designa una
actividad deportiva especialmente peligrosa que puede exponer a heridas graves
o a la muerte en caso de errores en su práctica. Esos deportes pueden
practicarse en el mar, en el cielo o en tierra. Implican a menudo velocidad,
altura, esfuerzo físico, así como un material específico (1).
¿El hecho de correr el riesgo de exponerse a
heridas graves o a la muerte explica qué son los “deportes extremos”? Si lo
afirmamos, entonces practicamos un
deporte extremo todos los días cogiendo el coche, saliendo de casa o bajando
una escalera.
¿Correr el riesgo de exponerse a “heridas
graves” o “a la muerte” es violento? ¿Esto hace una “rasgadura en la trama
simbólica”? (2)
¿Hay ahí “pura irrupción de la pulsión de muerte”? (3) Pura, en tanto que no tomada en una relación al Otro y sus enredos
de la lengua y del cuerpo. Tomemos la cosa del lado del escabel, descubrimiento
de J. Lacan redefinido así por J.-A. Miller: “eso sobre lo cual el parlêtre se
alza, monta para hacerse bello (4)”,
cruce del narcisismo y de la sublimación freudiana. Narcisismo, sí (5) Pero,
¿el quid de la sublimación? En la época del declive del Nombre del Padre, ¿qué
viene a hacer cuerpo para el sujeto? Puede ser una imágen. La moda streetwear del skate (patinar),
concebida como amplia y baggy para no
molestar los movimientos del skater se ha convertido en signo de reconocimiento
de una juventud, más allá del patinar. Esto puede ser: un código, una lengua
hecha de expresiones, de signos y de gestos, como el saludo de los surfistas,
que sobrepasan este círculo.
Pero también el soplo del viento, el olor de
una ola, el ruido de la nieve… Muy pocos adeptos de deportes llamados extremos
evocan el peligro, la muerte, la herida.
Es solamente cuestión de huella. Los
etnólogos Claire Calogirou y Marc Touché
explican esto: “figurar antes de crear sentido” (6). Huellas, curvas, marcas,
deslizamiento, son las palabras que aparecen para decir la cosa. Sensación,
fuera de sentido. Aquí estamos lejos del narcisismo, de la fijación al estadio
del espejo, que retomamos sin cesar. Sobre todo, nos encontramos con otra forma
de nominación que pasa por un anudamiento simbólico-imaginario, por el saber y
el sentido, producidos por la experiencia y el aprendizaje: “Se trata pues aquí
de una práctica de la distinción, de una afirmación de la distancia máxima con
los otros por el recurso al espacio público y, por ello, un nuevo uso de la
ciudad” (7).
El dominio de estos deportes implica un largo aprendizaje, un saber que se crea
y se transmite: “Somos capaces de hablar de revestimientos durante horas” (8).
Después está también la elevación del cuerpo en el espacio. El mobiliario
urbano guarda la marca del skater, el polvo del esquiador o del snowboarder. La
sensación de la curva, del viento, del agua, acompaña al surfista, el ruido, el
viento, la roca, la base-jumping, al
veterano, al escalador.
Tenemos la libra de carne, la que se deja en
el asfalto, contra la roca, la herida, los huesos rotos, tantas marcas que
testimonian de una práctica donde el cuerpo hace experiencia.
Extremo y violencia implican una norma que no
explica lo que se juega para el sujeto. Los deportes extremos no dicen nada a priori de una violencia en el niño.
Puede ocurrir que un niño apasionado de la violencia encuentre allí, en los
deportes extremos, una salida-escabel que no sea un desgarro en la trama
simbólica, sino un sostén por lo simbólico, no un puro desencadenamiento de la
pulsión de muerte, sino experiencia de vida de un cuerpo que se vive en un
saber y una estética que comparte con el Otro: fotos, videos, compartir el momento.
Es también una soledad radical del que se lanza, no sin saber que pone su
cuerpo en ello.
2-Miller J.-A., «Niños violentos » en Carretel nº 14, Bilbao, 2018, p. 9-17.
3-Ibid.
4-Miller J. A., «L’inconscient et le
corps parlant», La Cause du désir, n°88, novembre 2015, p. 110.
5-Cf en el bello texto de Y.
Vandervecken tratando los deportes extremos como el base-jump, «Le statut Autre
du corps, et le sentiment de la vie», Quarto, n°112/113, mai 2016.
6-Ibid. p.40
7-Calogirou C., Touché M., «Sport-passion
dans la ville: le skateboard», Terrain, n° 25, Carnets du patrimoine
ethnologique, p. 39, 1995.
8-Ibid, p.43
La Isla de placer
Por Víctor
Rodriguez
Los
niños salvajes, primer largometraje de Bertrand
Mandico, intriga al mismo tiempo que cuestiona. Lógico y riguroso, el film
despliega una historia no como otras que gustan o no, ¡ésta no nos deja
indiferentes!
Vemos que una banda de muchachos ha asesinado
a su profesora de Lengua. Bajo el encanto de una pulsión que titulan “Trevor”,
cinco chicos llamados Tanguy, Romuald, Hubert, Sloan y Jean-Louis cometen lo
irreparable a lo largo de una performance teatral desbocada, con la única ambición
de ir hasta el límite de su puesta en escena destinada a impresionar a su
profesora.
La continuación mezcla lo previsible y lo
increíble. Juzgados culpables, sin embargo no les espera la prisión. Las
familias confían a los chicos a un personaje problemático, el Capitán, que
promete a cambio de una fuerte suma de dinero transformarlos en seres dóciles y
civilizados. En el momento de un viaje por mar, se comprende que el Capitán no
es partidario de métodos educativos suaves, sino que sobre todo es un marino
brutal y perverso. El crucero hace una escala en una isla misteriosa y las
cosas se convierten de golpe en muy especiales para la pequeña banda de
muchachos.
La isla pretende ser, ella misma, un programa
de metamorfosis y de tratamiento de la violencia de los chicos, eficaz, pero
extraño. ¿En qué extraño? Altas hierbas golpean los cuerpos de los chicos al
pasar, enormes vulvas parecidas a nalgas les llaman la atención con sus
movimientos sugestivos, columnas vegetales van provistas de multitud de penes
de donde escurre un fluido embriagante, árboles que proponen sus frutos
redondos y peludos o aún raíces que ofrecen sus redondeces a los sexos de los
chicos. La naturaleza viva se convierte en un partenaire sexual para cada uno
de los protagonistas y los placeres que ella proporciona son ilimitados. En sí
misma esta experiencia encanta a los muchachos que ven ahí la ocasión de
satisfacer sus deseos sexuales.
Iniciado el programa, parece no funcionar, ya
que la violencia de los chicos se mantiene intacta, aprovechan un error del
Capitán para atacarle y ¡matarle! Es una pura venganza por los abusos físicos
que les ha infligido el Capitán o un acto transgresor fundador de una nueva
relación con la ley? Una vez muerto, el Capitán odiado, ¿se convertirá en ese
padre tan amado? La respuesta a estas cuestiones es más complicada, ya que
aunque se trate de un acto fundador, no abre sobre una salida edípica.
De vuelta a la isla de los placeres, la
pequeña banda festeja como es debido la libertad reencontrada. Romuald es el
primero que descubre con terror en qué consiste el tratamiento del Capitán
cuando en el momento de orinar su pene se despega de su cuerpo dejando aparecer
¡un sexo femenino! los otros sufrirán la misma suerte. He ahí transformados en
mujeres. Descubren también que el Capitán no estaba solo. Formaba equipo con ¡el
doctor Séverin! Es este quien ha inventado el método para hacer dóciles y
civilizados a los chicos violentos. ¿Quizás el doctor Séverin ha percibido que
esos muchachos habían sido “marcados muy pronto en el lugar del violento” (1) y
que era necesario separar a esos chicos de los significantes “matones”,
“violentos” asignados por el Otro? Sin embargo esta historia no termina con una
reducción, no abre verdaderamente a menos violencia para los muchachos
convertidos en jovencitas: en una escena al final del film, fuera de escena,
estas tienen relaciones sexuales con marinos que asesinan en la madrugada. Las
palabras del doctor Séverin pueden dar una idea de lo que el realizador
adelanta: “yo quería acabar con las guerras feminizando el mundo”. La
constatación de fracaso de esta creencia confirma lo que avanzaba Lacan: el
goce femenino no tiene nada que ver con la dulzura, ¡es más bien del orden de
lo ilimitado!
El film de Bertrand Mandico es un muy bello
cuento fantasmagórico que plantea más cuestiones que respuestas da. Si es una
crítica asumida de la virilidad y de la educación autoritaria, no hace sin
embargo de la feminización del mundo una garantía de docilidad.
1--Miller J.-A., “Niños violentos” en Carretel nº 14, Bilbao, 2018, p. 9-17.
Violencias
ex-tópicas bajo los trópicos
Por Frédérique Bouvet
Mayotte y sus cocoteros, sus hibiscos rojos
con corazones rojos, sus flores de mayo de flores blancas, sus mangos de
azucarados frutos, el perfume de la cananga odorata al atardecer…Esta isla
francesa (Ylang-ylang) situada en el canal de Mozambique nos da un anuncio de
las vacaciones. Pero Nathacha Appanah, en su novela, Tropique de la violence (1),
juega con los contrastes y nos hace descubrir otra versión, la de una juventud
abandonada a menudo a sí misma, cortada del Otro en un país magnífico. Un país
que “se parece a un polvo incandescente (…) donde solamente un nada sería
suficiente para que se abrase” (2).
Esta novela que alterna entre voces
interiores y ficciones de los protagonistas nos invita a “no hipnotizarse con
la causa. Hay una violencia sin porqué
que es en sí misma su propia razón, que es en ella misma un goce. Solamente
en un segundo tiempo será cuando buscaremos el determinismo, la causa, el
plus-de-goce” (3).
Descubrimos varios personajes cuya existencia
va a cambiar radicalmente. Una noche de lluvia torrencial, María, enfermera, ve
llegar al hospital a una joven bellísima con un bebé en brazos. El niño tiene
un ojo negro y un ojo verde y mira a María con esa mirada bicolor. Ella le
habla. El verde de su ojo le hace pensar en el verde increíble que a veces
tienen los árboles de ese país durante el invierno austral, mientras que, para
su madre, se trata de un bebé del djinn
que trae la desgracia. Cuando María se ausenta, justo antes le oye decir:
“Tu amarle, tu tomarle” Al volver, la
adolescente ha desaparecido. Entonces, María, que durante años quería ser
madre, hace las gestiones para ocuparse de ese niño que llama Moisés.
En la pubertad, Moisés tiene pesadillas, es
colérico. María se decide a contarle su historia. Moisés se hace rebelde. A
partir de ese momento no llamará a su madre Mam, sino María. Está ofendido,
contra ella, abandona las clases, vagabundea con un chico llamado La Teigne que
campea cerca del colegio. Cuando María muere súbitamente, Moisés, con catorce
años, va al barrio de Kaweni. Bautizado Gaza y no Haití que huele las flores o
California con las chicas y el sol. Nos sumergimos brutalmente en “un no
man’sland violento donde niños chutados químicamente hacen la ley” (4).
Bruce es el rey de Gaza. De niño, iba a la
escuela francesa y era el único hijo de su padre en estar escolarizado. De
golpe, él también expulsado de un lugar privilegiado. Él, que ya no es nada,
elige entonces el nombre de un super héroe para ser representado: Bruce Wayne
(Batman). Indica muy bien que no ha nacido así, “con la costumbre de golpear,
de morder, de liarse con los otros” (5),
índice de la pulsión. N. Appanah pone en evidencia que el Bruce de Los Trópicos no es el Bruce de Batman
que ha perdido a sus padres y se convierte en un super héroe de la época del
Nombre del Padre. En Mayotte, Bruce no puede representarse de aquí en adelante más
que desde un punto donde puede ver el miedo y la admiración en los ojos de
todos. ¡El Nombre del Padre está de
vacaciones!
Moisés, por su parte, convertido en Mo La
Cicatriz, continúa leyendo y releyendo El
niño y el rio. Se pregunta por qué una parte de él rechaza aceptar que se
acabaron la escuela, los juegos, las duchas con jabón de Marsella, las blancas
camisas de algodón. A partir de ahora conoce las noches en la calle, los Mourengué (lucha libre), el fuego de un
cuchillo en su rostro, el hambre, la soledad, el miedo.
Appanah trata la cuestión de la violencia
mostrando que no hay la violencia
sino una violencia cuyo origen escapa
a toda causalidad social y no puede explicarse sólo con la biografía: se
ilustra en el caso por caso.
Notas:
1-Appanah N.: Tropique de la violence,
Paris, Gallimard, 2016
2- Ibid., p.11
3-J.-A., «NIños violentos» en
Carretel, revista de la DHH-NRC. Bilbao. 2018, p.9-17 Appanah N.: Tropique de la violence, Paris, Gallimard, 2016, op.cit., p.51
5- Ibid., p. 45
Por
Silviana Belmudes
“He tenido un coma etílico, estoy de vacaciones,
¡tenía que aprovecharlas!”, dice en sesión una joven de 17 años. Este coma
etílico la ha conducido al hospital, con todas las intervenciones de rigor
donde se mezclan las palanganas, los tubos, las agujas. De todo esto no queda
como resto más que un agujero en la memoria. Ya no queda huella de cómo ha sido
arrastrado el cuerpo, traqueteado. Tan sólo queda una sonrisa que esboza la
boca.
Tenía que aprovechar. ¿Qué provecho es este? ¿No será el plus de
goce? ¿Un provecho ligado al mandato de un empuje al consumo del objeto? A
semejanza del “bébeme” y del “cómeme” de Alicia en el país de las maravillas, la demanda es ejecutada. El
significante “aprovechar” golpea en este caso el cuerpo y lo emborracha. Duerme
sus percepciones, la embrutece, la aísla, ya que finalmente “el goce” en el
fondo es idiota y solitario”
(1). Daniel Roy, en su editorial del Zappeur número 1 nos dice que cuando el
goce no alcanza a fijarse y dejarse envolver por el velo de los tintineos de la
lengua, ella se queda en la Cosa que hace violencia al cuerpo tomando el camino
del pasaje al acto.
En “Los seis paradigmas del goce”,
Jacques-Alain Miller hace una distinción entre el Goce- Uno y el goce que se
relaciona con el Otro (2),
es decir un goce articulado a los significantes del Otro. A los 16 años, otro
joven no quiere volver al instituto y denuncia al Otro, que le impone dos
mandatos que a su parecer son contradictorios: “Los adultos me dicen que tengo
que trabajar, ya que es el momento de hacerlo. Y me dicen que mi edad, es la
mejor de la vida. ¿Qué hago, trabajo o aprovecho?”. Para este muchacho el
mandato está tomado y llevado por ese Otro de lo social que le demanda
aprovechar su adolescencia de golpe ahora y, al mismo tiempo, proyectarse en el
futuro ya que no hay que fallar nada de la mejor edad de la vida. Con ese
dilema se las arregla sopesando los pro y los contra, preguntándose lo que
quiere o lo que está dispuesto a sacrificar: la excelencia (performance)
escolar o el tiempo pasado con sus amigos.
Respecto a la joven de la que hablaba
anteriormente, la queja no está asociada a un Otro, el lenguaje no articula el
exceso de la demanda a la cual se doblega y su respuesta consiste en tragar
hasta que el cuerpo no puede mantenerse en pie. ¡Bébeme! Eso es todo.
Me pregunto, ¿cómo acoger esos excesos, con
el cuerpo devastado, la boca cerrada ¿cómo acoger esos modos de goce con la
violencia que pueden desencadenar? Caroline Leduc (3) introduce un poco de aire
(fresco) en la reflexión sobre la violencia, proponiendo pensar su origen menos
en términos de causa que en el de ocasión. La pista que se abre consiste en
acompañar al sujeto en el descubrimiento de sus propias coordenadas borradas
por el aliento del requerimiento (mandato). Para ello, propone un lugar a donde
dirigirse, el cual por la presencia del cuerpo del analista, el ruido de las
palabras y del silencio, pueda operar una extracción de goce. En esta
circunstancia, recordar que tener un cuerpo implica el goce. Cada uno tiene su
modo de goce y tiene que encontrar su modo de empleo. Modo de empleo que a
veces sólo sirve para una sola vez. La ocasión es lo que cae (4), lo
que falla, se capta o se inventa.
Notas:
1-
Miller J.-A., «Los seis paradigmas
del goce», Freudiana nº 29. Paidós. Barcelona 2000, p15-50.
2-
2- Roy D., «PIF
! PAF !», éditorial, Zappeur n°1, 7 juin 2018.
3-
Miller, J.-A., op.cit.
4-
Leduc C.,
«Argument», Enfants violents, 5e Journée de l’Institut
psychanalytique de l’Enfant, Zappeur n°1, 7 juin 2018.
5- «Ocasión:
lo que cae, lo que falla», Diccionario histórico de la lengua francesa, Le
Robert, 1998, Paris.
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Valeria Somme Dupont, responsable
del equipo Blog
Traducción
de Le Zappeur nº 2: Elvira Tabernero
Equipo de traducción:
Diana Lerner, Mariam Martín (responsable), Gracia Viscasillas, Elvira Tabernero
Composición y revisión: Mariam
Martín
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