Le Zappeur n° 3
Número 3 - Septiembre de 2018
Editorial nº 3
Albergar la violencia
Por Marie-Cécile Marty y Hervé Damase
¿Qué sucede con la violencia del niño cuando ésta se manifiesta en la institución? Esta es la pregunta que atraviesa este número especial de Zappeur sobre la base de esta famosa cita de Lacan: “Toda formación humana tiene por esencia, y no por accidente, el refrenar el goce”. (1)
La institución acoge al niño o al adolescente violento. ¡Las cosas se ponen feas! Todo el mundo se enardece cuando la violencia disloca el orden establecido. ¡Qué sacudida! Puesto que “la violencia no es el sustituto de una satisfacción pulsional, sino que es la pulsión”(2), como lo señala Jacques-Alain Miller. La violencia “no es un síntoma” (3) sino el signo del fracaso de la represión. Es el callejón sin salida del goce, el estar sin recursos. ¡Eso se impone! “El poder de desvinculación propio de la violencia determina una clínica difícil.” (4)Allí se mezclan desamparo y violencia, una especie de trampa que lleva a lo peor, en el cuerpo, hacia la destrucción, el suicidio o el asesinato. “Por lo tanto, la pérdida sin mediación está asegurada.” (5)Esta dimensión atraviesa la entrevista inédita concedida por los profesionales de uno de los primeros E.P.M. (Establecimientos Penitenciarios para Menores), abierto en 2007 bajo la ley Perben.
“De este modo, ’niño violento’ es un significante del Otro social, un sintagma que aparece cuando éste se ve importunado, en un atolladero, inerme e impotente.” (6) Aparece y se retroalimenta bajo el efecto de la exigencia contemporánea de la evaluación de los fenómenos sociales (registros de incidentes o de acontecimientos indeseables), en un contexto de crisis de la clínica (nueva clasificación del DSM por perturbaciones, promoción de las estadísticas como herramientas diagnósticas), y de crisis de la autoridad y de la educación. Ligia Gorini nos presenta el caso de Leo, acogido en una institución sanitaria. Ella describe hasta qué punto el hecho de atenerse al fenómeno “TC” (Trastorno del comportamiento) “nada dice de lo que se trata para ese joven al nivel de su experiencia”, sino que convoca al acto del practicante.
Por otra parte, han sido numerosos los educadores, profesores, psicólogos y psiquiatras infantiles que, siguiendo el ejemplo de referentes como August Aichhorn (7), Henri Wallon (8), Donald W. Winnicott (9) o Fernand Deligny (10) han procedido a fundar instituciones para afrontar la cuestión de la violencia del niño. La experiencia única de uno de ellos, Janusz Korczak –relatada en este número por Guillaume Libert– nos enseña que la violencia necesita un otro lugar encarnado, “un coro social”, o sea una institución, que acoja al sujeto “que no puede sostener un decir que se abra al espacio del relato.” (11)
Este número apunta a dar un panorama inicial “de las sutilezas de la pragmática en el abordaje del niño violento” (12) según la orientación lacaniana en la institución. En el momento en que, más que nunca, las instituciones del campo, así llamado médico-social, están siendo desacreditadas, y su misma existencia cuestionada por el discurso de la rentabilidad sin límite, parece crucial reafirmar la urgencia de su existencia para acoger la violencia en todas sus formas, con el fin de que la misma pueda llevar a la creación de un nuevo lazo social, tal como aquí lo evidencian Jean-Pierre Rouillon y Thomas Roïc. A la vez, para que cada uno pueda extraer una enseñanza a los efectos de construir un legado para el mundo del mañana.
Notas:
1-. Lacan J., “Alocución sobre las psicosis del niño”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 384.
2-. Miller J.-A., “Niños violentos”, Carretel nº 14, revista de la DHH-NRC, Bilbao 2017, p. 12.
3-. Ibid, p. 12.
4-. Leduc C., “Anti-social, tu perds ton sang froid!”, Argumento para la 5ª Jornada del IE,
7-. Véase Aichhorn A., “Les agressifs”, Jeunes en souffrance, Champ social éditions, Montpellier, 1951, p. 147-164.
8-. Véase la tesis de psicología de H. Wallon titulada El niño turbulento.
9-. Winnicott D.W. “La tendencia antisocial”, Deprivación y delincuencia, Paidós, Buenos Aires, 2005.
10-. Véase Deligny F., Graines de Crapule, Dunod, 2004.
11-. Roy D., “Pif - Paf!”, “Edito”, Le Zappeur, n°1.
12-. Leduc C., ibid. https://institut-enfant.fr/2018/06/06/argument/
Violencia intramuros
Marie-Cécile Marty: –Como director adjunto de un establecimiento penitenciario que acoge jóvenes de 13 a 18 años, ¿puede decirnos qué tipo de violencia observa? (1)
Bruno Fenayon: –Aquí la media de edad es de 16 años y medio. Son principalmente chicos. Vienen por hechos criminales, tráfico de estupefacientes, violencias grupales, agresiones a los demás. Hay muchos robos asociados a la violencia. En el interior del EPM constatamos muchas peleas e insultos. Esto deriva, por una parte, de la configuración de los locales, de la arquitectura pensada en base al modelo panóptico. Todo está alineado alrededor de un patio central, donde todo el mundo ve a todo el mundo.
Doctor Frédéric Meunier: –Constatamos que muchos han tenido dificultades institucionales muy precoces, especialmente escolares –la edad salida de la escolarización efectiva se ubica entre los 12 y los 14 años– pero también en el plano familiar, con intervención de los servicios de ayuda social a la infancia (ASE) y de la protección judicial de la juventud (PJJ). El educador es a menudo el hilo conductor que reconstituye la historia. Con mucha frecuencia, ellos conocen muy poco de su propia historia, de la estructura de su familia: saben pocas cosas sobre sus padres, se equivocan con las edades y con el lugar que ocupan unos y otros. Todos tienen antecedentes de violencia. A menudo, los actos de delincuencia aparecen en la infancia, hechos no graves y poco visibles, tales como robos que solamente adquieren sentido en forma retroactiva. Al nivel del diagnóstico, también existen con frecuencia perturbaciones del comportamiento en el colegio y consumos importantes de sustancias tóxicas que comienzan ya desde la infancia, alrededor de los 10 años.
Marie-Cécile Marty: –¿Con excepción de los “extraviados”, como los llama usted?
Doctor Frédéric Meunier: –Se trata de jóvenes encarcelados por un hecho grave, a menudo criminal, y que no tienen antecedentes penales.
Bruno Fenayon: –En los hechos de violencia intramuros distinguimos entre las violencias verbales y las violencias físicas. En lo que respecta a la violencia hacia los profesionales, no se da los mismos tipos de respuestas o de sanciones.
Bruno Fenayon: –Esos hechos dan lugar a un informe de incidente que se remite al consejo de disciplina. Cuando hay violencia física entre ellos, también pasan al consejo de disciplina. Pero éste no es el caso de las violencias verbales, ya que se insultan durante todo el día e incluso por la noche. Las violencias hacia el personal son tratadas sistemáticamente en el consejo de disciplina presidido por la dirección penitenciaria, con un vigilante y un asesor civil que representa a la sociedad civil. La particularidad con los menores consiste en la presencia de la PJJ y del abogado del menor.
Ivan Battut: –El educador PJJ realiza sistemáticamente un informe. Un incidente está siempre vinculado con un contexto.
Bruno Fenayon: –Le pedimos entonces al joven que dé explicaciones. Hay una deliberación antes de la decisión de la sanción. Esto se registra en el expediente, y la pena puede ser prolongada. Con frecuencia, el agente que es agredido presenta una denuncia. Nosotros también tenemos que tratar con otro tipo de violencia, el incendio de las celdas, que denunciamos en forma sistemática, lo cual genera una respuesta judicial con detención preventiva y actuaciones judiciales. Esta es una decisión preestablecida del ministerio fiscal, que solicita procedimientos judiciales sistemáticos.
Marie-Cécile Marty: –¿Cuáles son las razones?
Bruno Fenayon: –En el transcurso de unos meses se han producido trece incendios de celdas. Realizando un diagrama de las causas, hemos encontrado un detenido que fue el primero en iniciar el fuego, y que estaba presente en todos los principios de incendios. Él incitaba a los demás a hacer lo mismo.
Doctor Frédéric Meunier: –Ya había tenido problemas con el fuego fuera de la institución: jugaba al fútbol con cócteles Molotov.
Bruno Fenayon: –Una noche, los jóvenes iniciaron cuatro fogatas al mismo tiempo. Como yo estaba de guardia, me llamaron. Al llegar, corrí para sacar a los chicos de las celdas. Cuando después del proceso volví a ver a los dos menores, dijeron: “Fue divertido, había camiones de bomberos por todas partes. Queríamos hacer lío, era un juego.”
Marie-Cécile Marty: –Es la devastación.
Doctor Frédéric Meunier: –Desde luego que puede haber excitación en esos principios de incendio, pero prender fuego en una habitación cerrada de la cual no se tiene la llave implica también una dimensión suicida. Posteriormente, nos dijeron: “Creíamos que íbamos a morir, tuvimos mucho miedo.” A menudo, estos jóvenes son demandados por poner en peligro la vida de los demás, a través de un procedimiento que puede ser de índole criminal, pero es también la expresión de un deseo suicida. Por el hecho de haber participado en la apertura de este establecimiento en 2007, el primero del programa, yo he sido testigo durante las primeras semanas del saqueo de dos unidades y de un suicidio por ahorcamiento. En mi opinión, el proyecto inicial era demencial, basado en la idea del “todo colectivo”: 20 horas de enseñanza, 20 horas de deporte, 20 horas de actividades educativas. Muy pronto, en las siguientes semanas, y habida cuenta de los acontecimientos, las exigencias se revisaron a la baja. Los EPM, que en su apertura habían sido concebidos en base a este modelo ideal, tardaron años en recuperarse de aquello. Todo el mundo se sentía fracasado, dado que ese proyecto mítico, basado en un binomio educador-vigilante y en actividades a lo largo de todo el día, ponía a los profesionales en una situación en la que estaban obligados a tener éxito. Se ha querido construir la institución ideal para quienes no soportan la institución, para los “inubicables”, “inclasificables”. ¡Y se pretendía que eso funcionara! Por mi parte, yo sostengo actualmente que eso no puede funcionar. Por otra parte, no es necesariamente algo dramático. Lo peor es concebir una institución como el último eslabón de la cadena, la última esperanza y alternativa, etc. A los adolescentes difíciles, porque son difíciles, se les debería ofrecer una protección mayor aún que a los otros; paradojalmente, ¡se les demanda mucho desde muy pequeños! Ahora bien, cuanto más difíciles son, más se los excluye. Esto comienza desde la infancia: cuanto más difícil es un niño, más se le demanda que tome decisiones para con él mismo, lo cual no es capaz de asumir.
Marie-Cécile Marty: –¿Qué tipo de vínculos con la familia evidencian estos jóvenes?
Ivan Battut: –La familia está idealizada. Nada va a ser mejor que en la casa de mamá… aunque el vínculo sea distante, o incluso ausente. Un joven que va a salir pronto piensa en regresar a casa de su madre, aún cuando ha sido detenido por acuchillar a su padrastro. Otro joven tiene una idea fija: que sus padres vuelvan a unirse aún cuando la vida familiar era un bastión de violencia.
Doctor Frédéric Meunier: –Nos enfrentamos con unos movimientos paradójicos. A pesar de que se han fugado, idealizan el hogar familiar. La fuga no es realmente una separación. Pero ir a una institución es inimaginable: demasiado lejos de sus casas, es un sitio desconocido, que a veces es peligroso, a menudo tienen mucho miedo.
Ivan Battut: –Tienen miedo de lo que está fuera del barrio. Cuando yo era educador en un centro de día, recuerdo que los agresores sexuales, aquellos que tienen un fuerte arraigo en el barrio, cuando los sacábamos eran como niños de 6 años.
Marie-Cécile Marty: –¿Qué sucede con la violencia en las chicas?
Ivan Battut: –Tenemos jóvenes que cometen robos en bandas organizadas.
Bruno Fenayon: –También tenemos jóvenes que han cometido hechos graves: tentativas de homicidio, matricidio, diversos procesos penales. Tenemos el ejemplo de un intento de envenenamiento por parte de una joven a su madre, o el de una chica que había cometido hechos de violencia en el colegio donde jugaba a acuchillar al primero que salía del aseo.
Ivan Battut: –Para ella, se trataba de un ritual de iniciación gótico.
Marie-Cécile Marty: –¿Pensáis que la tecnología digital está en juego en relación con la violencia?
Doctor Frédéric Meunier: –Resulta sorprendente que los jóvenes que vemos aquí se identifican con pares idénticos a ellos, e imaginan que todos los adolescentes son así. En los videos que escenifican la violencia tienen dificultades para distinguir si se trata de un hecho real o de una puesta en escena. Parecen estar desvalidos frente a los medios de comunicación.
Bruno Fenayon: –Aquí, cuando pueden conseguir un teléfono móvil (lo cual está prohibido), publican en YouTube videos en los que están orgullosos de mostrarse en el interior de la celda. No tienen los mismos códigos sociales.
Marie-Cécile Marty: –Para terminar, volvamos sobre los insultos dirigidos al personal.
Bruno Fenayon: –Insultan con más facilidad al personal de azul, los vigilantes.
Ivan Battut: –En la medida en que se pertenece a una institución que forma parte de la seguridad, los insultos son moneda corriente. Donde hay un uniforme, ya sea de bomberos, vigilantes, policías e incluso controladores del transporte público, estallan los insultos. El uniforme llama al insulto, dado que el uniforme no puede ser aceptado por algunos. Pero a veces también hay insultos dirigidos a los educadores. El insulto puede ser una puerta de entrada, nosotros también hablamos de eso. Por otra parte, las disculpas se producen bastante rápidamente. Los insultos también surgen en los momentos en que el educador ha trabajado en un proyecto de salida, pero luego no hay sitio en un establecimiento para acogerlo en el exterior. Esto puede violentar a los jóvenes, que sienten que hay una traición a la palabra dada.
Notas
El Establecimiento Penitenciario para Menores (EPM) del Rhône ha sido inaugurado en 2007, uno de los primeros EPM de Francia, creado por la ley de orientación y de programación para la justicia del 9 de septiembre de 2002 (ley Perben). Los EPM son presentados a veces como los herederos de los centros de corrección y de educación para menores delincuentes, cerrados en los años 70. Este dispone de 60 plazas para jóvenes de 13 a 18 años en base a 6 unidades de 10 jóvenes. Han participado en esta entrevista, realizada por Marie-Cécile Marty, responsable de un laboratorio del CIEN en Lyon, y por Jean-Marie Fayol-Noireterre, magistrado honorario y miembro del laboratorio, dentro de dicho establecimiento: el señor Fenayon, director adjunto de la penitenciaría, el señor Battut, responsable de unidades educativas, y el doctor Meunier, médico psiquiatra, jefe de sector en el ámbito penitenciario del hospital. Les expresamos nuestro sincero agradecimiento, así como también al señor Wiart, director de la penitenciaría, y al señor Fontaine, director de protección judicial de la juventud, por haber autorizado esta entrevista.
Korczak, un hombre rebelde
Por Guillaume Libert
Sólo el niño tiene derecho a ser humillado vergonzosamente y ridiculizado (1) con total impunidad. Esta es la amarga conclusión planteada por Janusz Korczak en estos inicios del siglo XX marcados por la sucesión de las guerras. Este médico pediatra, educador y escritor polaco [1878-1942], profundamente afectado por la suerte reservada a los huérfanos, no cesó de militar para otorgar un estatuto de sujeto de pleno derecho a un niño frecuentemente maltratado y despreciado. Como precursor, Korczak encontró instancias jurídicas, políticas y mediáticas para difundir principios educativos basados en la consideración, la confianza y la benevolencia, y los puso en práctica en el seno de los dos orfelinatos que fundó. Su trágico fin en un campo de exterminio nazi, después de haber rehusado a separarse de los niños de su orfelinato, es un testimonio de la lógica de su existencia, la cual lo condujo a afrontarse con esa violencia.
Advertencia
En la opinión de este hombre, la violencia del niño es, en primera instancia, la consecuencia de la opresión que padece. Así, afirma que “los niños delincuentes […] necesitan amor. Su rebeldía repleta de ira es justa. Debemos culpar a la virtud fácil, aliarnos con el vicio solitario y maldito.” (2)
Pero el hecho de que un rebelde denuncie la hipocresía y la mezquindad de aquellos que querrían imponerle una “moral de pacotilla” (3) resulta insoportable. Escuelas, instituciones, padres: en efecto, cada uno quiere estar en paz. Cuando el niño no se corresponde con el ideal de perfección, y más aún si se opone y llega a dar muestras de violencia, es la angustia. Al hacer trizas la ilusión de un mundo armonioso, él viene a perturbar la defensa contra lo real que el adulto se ha fabricado frente a lo que escapa a su control. Es así que se encuentra cómodo velando su rostro y proyectando la parte que lo horroriza de sí mismo en ese niño aguafiestas. Allí es donde puede surgir la ferocidad del educador. “Nosotros dedicamos nuestra atención y nuestra inventiva a acechar el mal, a seguirle la pista, ponerlo al descubierto; a coger a los niños in fraganti, a presagiar lo peor y a emitir sospechas ofensivas.” (4) Korczak señala aquí el goce sádico de quien rastrea y exhibe cualquier apartamiento de la norma y de la moral por parte del niño. Lanza un toque de atención en contra de las prácticas educativas que tienden a humillar al niño, pues promueven la violencia. Aplastar la rebelión del niño refugiándose en el respeto al entorno, las reglas y una supuesta decencia impulsa con mayor intensidad la violencia, puesto que “lo que quebramos de manera brutal no es su rebeldía sino su expresión”(5). Es precisamente al ahogar esta palabra que molesta cuando surge la violencia, cuando el niño “no tiene nada que perder” (6), dado que él “ya no cree en el Otro” (7), tal como lo formula Daniel Roy.
Aliarse al vicio solitario y maldito
En forma opuesta a estas lógicas represivas que lo indignan, Korczak apuesta en sus instituciones por el sujeto. Hace responsable a cada niño por medio de una participación activa en diferentes instancias implementadas en esta especie de república (parlamento infantil, tribunal de pares, consejo jurídico y muchas otras) (8), de las que ha concebido el código. Es un código que no ha cesado de evolucionar a partir de las observaciones y proposiciones de los niños acogidos, a fin de permitir que cada sujeto encuentre el modo de alojarse en ese dispositivo. Al apoyarse de este modo en su deseo, ya no es sólo el orfelinato el que acoge a los niños a través de los adultos que lo gestionan, sino que los mismos niños participan de la acogida y la educación de sus pares.
No obstante, la violencia no está ausente de la institución durante ese cruel período de entreguerras. La respuesta de Korczak es un claro ejemplo de sus principios educativos. En vez de una inútil prohibición de la violencia, él da lugar, por el contrario, a lo que denomina “impulsividad”, pero buscando desalentarla de antemano proponiendo alternativas. Una de ellas es la caja de las cartas, que recoge específicamente las demandas y las quejas de los niños. El pasaje por lo escrito en caso de conflicto permite introducir una demora al primer impulso violento. Conduce al niño a formular, y por lo tanto clarificar, el perjuicio vivenciado o experimentado, y a motivar la acción que él mismo reivindica para obtener una reparación. La instauración de ese lapso de tiempo, que permite a la pulsión pasar por el Otro, trae a menudo como consecuencia el abandono de la queja, o la búsqueda de una salida alternativa a la violencia.
Para resolver pacíficamente un conflicto es posible recurrir altribunal de los pares. El mismo está compuesto por jueces sorteados entre los niños del orfanato, y permite una autorregulación de la disciplina a partir de una especie de código civil concebido por Korczak para que prevalezcan la comprensión y el perdón.
Si a pesar de todo un niño quería pelear, había un conjunto de reglas que estipulaban las pautas del combate (9). El niño debería advertir a su adversario por escrito al menos con 24 horas de antelación. Los nombres de los contrincantes y el motivo de la pelea debían estar inscriptos previamente en un registro de combatientes. En el caso de peleas imprevistas, este registro se hacía en forma retroactiva. Además, los combatientes debían tener el mismo peso y ser del mismo sexo. Las armas y los golpes peligrosos estaban prohibidos, así como también las invectivas o burlas por parte de los espectadores. Finalmente, un educador debía poder observar la pelea para evitar desmanes.
De esta manera, Korczak estaba guiado por la preocupación constante de hacer pasar todo aquello que es del orden de lo real y del goce a lo simbólico. Aquí, como hemos visto, se trata de la violencia, pero también de otras manifestaciones de lo que escapa al sistema significante, como por ejemplo la negligencia. En este último caso, la idea consistió en instituir por decisión del parlamento un “día mugriento” anual en el cual estaba prohibido lavarse bajo pena de multa. La creación de un día festivo como este constituye un ejemplo sorprendente del ingenio con el cual Korczak buscaba aliarse al vicio solitario y maldito, incluyéndolo en el lazo social en permanente evolución de esta institución fuera de serie.
Sin idealismo
Cuando Korczak considera como deber del educador “garantizarle el derecho a ser lo que es” (10), expresa su voluntad inflexible de sostener el deseo único y propio de cada niño. Pero cuando denuncia a un opresor de la realidad como única causa de sus tormentos, él tiende a idealizar. Se olvida de que, si bien la realidad puede efectivamente revelarse en su crueldad, cada uno debe arreglárselas con un goce que siempre escapa, al menos en parte, a la trama simbólica. Sin hacernos cargo del idealismo que lo guiaba, a nosotros nos incumbe mantener viva la llama del deseo que él ha sostenido contra todo lo que tendía a extinguirla. De ese modo, él intentó acoger al sujeto sustraído por el significante violento (11), dándole voz a la palabra. Esta dimensión política es una de las claves de la próxima jornada del instituto psicoanalítico del niño.
Notas:
1.-Korczak J., Le droit de l’enfant au respect, Fabert, París, 2009, p.32.
2.-Ibid., p. 49.
3.-Ibid., p. 50.
4.-Ibid., p. 45.
6.-Ibid., p. 31.
7.-Roy D., inédito.
8.- Véase Lathuillére B., « Janusz Korczak penseur des droits de l’enfant », marzo de 2009, disponible online:http://korczak.fr/m1korczak/droits-de-lenfant/korczak-penseur-droits-enfant_lathuillere.html
9.-Korczak J., «Les bagarres (Causerie radiophonique de Janusz Korczak)», (Bójki, 1939). Extracto de su ensayo De la pédagogie avec humour, Fabert, París, 2012, tomado de sus emisiones en la radio polonesa. Publicado por primera vez en La Lettre de l’Association suisse des Amis de J. Korczak, n° 50 (11-2005); posteriormente en la web de Philippe Meirieu:http://www.korczak.ch/doc/tin/tin_20130107_fr_0.pdf
10.-Korczak J., Le droit de l’enfant au respect, op. cit, p. 51.
11.-Véase Miller J.-A., «Niños violentos». En Carretel nº 14. Bilbao, 2017, p 17 «No aceptaremos ciegamente la imposición del significante “violento” por parte de la familia o de la escuela»
Violencia y diálogo
Por Jean-Pierre Rouillon
En la actualidad, la institución no está por fuera de la sociedad, ya no se presenta como un sitio protegido al abrigo de los movimientos que atraviesan nuestras sociedades. Hasta tal punto está tan poco fuera de la sociedad que el poder desea disolverla dentro de la misma, en una sociedad donde cada uno se ubique de aquí en adelante como responsable, o más bien culpable, del menor de sus gestos, actos y comportamientos.
En todas partes y en ninguna a la vez
La cuestión de la violencia es un problema prioritario en la sociedad actual. Mientras que los medios de comunicación no cesan de mostrarla, disecarla y debatir sobre ella, debería estar ausente, como por arte de magia, de las instituciones que acogen niños y adultos con perturbaciones de la personalidad. Existe toda una serie de protocolos que apuntan a reducirla, eliminarla, contenerla. Los cuidadores deben estar protegidos frente a ella, así como también los pares de los niños o de los adultos violentos. Aquello que se denomina violencia, y que no se reduce a las agresiones o pasajes al acto sino que puede extenderse a la esfera de la palabra, infectar las conversaciones y contaminar los métodos de gestión, resulta cada vez más insoportable para nosotros en tanto seres hablantes. Cuando aparece, aparentemente sin previo aviso, puede fijarnos en la posición de víctima, posición que se desentiende del acto para disiparse en los espejismos del ser.
Acoger y responder más allá de lo simbólico
En el centro mismo de Nonette debemos aceptar el hecho que deriva del orden de lo real, un real que intentamos cernir: para quien no tiene el “recurso de ningún discurso establecido” (1), la violencia está en primer lugar, y bajo todas sus formas. No surge por accidente o por error, ni es tampoco la manifestación de una crisis. Es la instancia inicial, lo primero con lo que se confronta aquel a quien acogemos y acompañamos. En la mayoría de los sitios que actualmente acogen a estos niños, adolescentes y adultos, se responde por medio de una contra-violencia, es decir, por una violencia legítima que proviene de la ley, una violencia que contiene, separa, aísla y adormece. Allí la ley ya no se presenta como un marco basado en la paz y el apaciguamiento, sino que recurre al derecho, a la justicia, a las fuerzas del orden. De este modo, se basa en la violencia legítima constitutiva del Estado de derecho. Este nuevo paradigma da cuenta del fracaso de las instituciones basadas únicamente en lo simbólico, en la creencia en la eficacia simbólica, en el don del sentido.
Por oposición a estas instituciones que se basan en la ley simbólica, Nonette pone al goce en el centro de la institución. Elhablanteser se defiende contra lo real, y se defiende incluso tomando como medio a la violencia. Por momentos, la destrucción puede ser la única defensa posible contra lo real, y el hablanteser puede incluso satisfacerse con la misma. Consentir a ello no implica petrificar al ser, a ese ser violento que se encuentra atrapado allí; no se trata de afrontarla cara a cara, sino ante todo considerar que él es unhablanteser, y que esa elección de un momento, un tiempo y una secuencia no es la elección de una vida, de una existencia, sino una respuesta que intenta quebrar el muro de la soledad cuando ésta equivale al desamparo absoluto. De esta manera, y como lo señala Jacques-Alain Miller en su texto “Niños violentos”, nosotros respondemos con la dulzura. No se trata de la dulzura triunfante de quien dispone de la fuerza y ofrece una flor a su enemigo. Se trata de la dulzura de quien ha deambulado por las riberas de la soledad, la dulzura humilde de quien por medio de su presencia puede dar testimonio del traumatismo del encuentro con la lengua.
En el momento en que el diálogo parece estar roto incluso antes de existir, se trata de tejer los hilos de un diálogo que se entronque en la materia misma de los equívocos, y cuyo rastro se encuentra en la existencia del ser hablante. Ya no es cuestión de hacer resonar la violencia como destino, de abordarla a partir de una violencia legítima, sino de oponerle la “réson” * de lalengua (2) en el lugar mismo del “troumatismo” (3) que se encuentra en su origen.
Notas
1.-Lacan J., «El atolondradicho», en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 498.
2.-Lacan J., Hablo a las paredes, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 102.
3.-Lacan J., Le Séminaire, Livre XXI, « Les non-dupes errent », clase del 19 de febrero de 1974, inédito.
* Hay homofonía entre réson, derivado del verbo résonner(resonar), y raison (razón). [N. de la T.]
Cortocircuitos y circuitos del golpe
Por Thomas Roïc
El golpe es asestado al colega o da contra el vidrio, luego otro disloca todo lo que hay en la habitación. El primero apunta a aniquilar al doble especular, en tanto que el segundo busca fracturar la unidad del objeto, que terminará fraccionado según el menor denominador común. Cada una de estas situaciones da lugar a un apaciguamiento donde el sujeto reencuentra la idea del peso de su cuerpo, esfumado en el instante previo en función de coordenadas muy precisas: el surgimiento de una mirada, de una voz, etc.
Acogida
Este circuito de la violencia reiterada es a menudo lo que ha llevado a los padres, o a la persona a cargo del niño, a golpear las puertas de la institución para encontrar otra salida posible a ese desorden, otra “solución” frente a ese desencadenamiento de la pulsión de muerte que lleva a un callejón sin salida tanto a los pares como a las instancias tradicionales (escuelas, familias). En efecto, esa violencia, contrariamente a la que puede animar, por ejemplo, a un grupo o una banda, no hace lazo con nadie y deja al niño completamente aislado. Se trata entonces de una urgencia.
Si bien el surgimiento de la violencia señala el fracaso de esta “traducción constante” (1), como lo ha formalizado Éric Laurent, permanentemente buscada y reinventada sin cesar en los espacios orientados por el psicoanálisis lacaniano, también constatamos que este modo de actuar aparece para algunos sujetos como la condición necesaria de una posible recuperación de esta traducción, abolida por la aparición de un insulto, por el ingreso de otro niño o por un real enigmático que afecta su cuerpo. Por medio del rastro que el golpe deja en el mundo o en la piel se va a operar una tachadura que se repite para que, transitoriamente, algo pueda ser extraído – el apaciguamiento del sujeto da testimonio de ello –, y para que por un instante advenga una palabra o un trazo que redoble esta tachadura.
Con el riesgo que conlleva la reiteración del pasaje al acto, se instala la apariencia de una nominación –la chica que se corta o la que se golpea– que no desemboca en un síntoma, sino que, una vez cometido el acto, restituye el lugar del sujeto en el mundo, previamente recubierto por la angustia.
A partir de allí, la apuesta será debilitar esta nominación, que por intermedio del Otro social que estigmatiza y delata el fenómeno puede rápidamente constituirse en una identificación. Se trata entonces de no apuntar hacia el fenómeno en tanto tal, sino de señalar sutilmente las coordenadas que presiden el pasaje al acto, las circunstancias susceptibles de ser retomadas en la conversación, y permitir así al sujeto esbozar con dar un paso al costado y encontrar apoyo en un nuevo registro, a fin de evitar ese cortocircuito pulsional.
Acomodamientos
Aquí se delinean los contornos de lo que en este caso promueve la violencia en el niño: ¿cuál es la huella lenguajera o la forma gramatical que lo atraviesa, o cuál es la sensación que produce la vacilación de su ser? En un caso, la aparición del cuerpo del otro en el umbral de la habitación produce la certeza de que su rictus lo designa y vela simultáneamente el insulto dirigido a él. “Me ha ofendido en forma violenta, dice a continuación. Eso se vio. Yo no podía decir nada.” En otro caso, se trata del temor a que su cuerpo sea invadido por las materias fecales presentes en el libreto que acompaña los golpes recientes. Para el clínico, se trata de acondicionar, junto al sujeto, un espacio para apartarlo de lo acéfalo de la pulsión y del estrago de la lengua que se resquebraja en palabras retorcidas y lo aísla; a la vez, encontrar una trama para hacer resonar el equívoco o el despliegue de la lengua, en vez de dejar que sea el golpe lo que produce un vacío. Pero no del lado de la interpretación de los pasajes al acto, sino más bien acompañándolo en la construcción de receptáculos que establezcan contornos al goce, para intentar que se prescinda de la violencia.
De ese modo, es posible que la misma pueda soltar al sujeto y ser traspuesta, por ejemplo, a un interés por las colisiones múltiples de coches con choques en cadena. Para otro, será la construcción de un nuevo circuito pulsional que, utilizando los recursos del mundo virtual, dé al cuerpo la forma de una ciudad imaginaria en la cual haya que asegurar la continuidad de las fronteras y del agujero que de allí en adelante va a quedar cercado por ellas.
Notas
1-Laurent É., «Les traitements psychanalytiques des psychoses», Les feuillets du Courtil, n° 21, 2003, p.17.
Una señal de seguridad
Por Ligia Gorini
“Cada uno adquiere su estatus de las injurias que recibe.”
Jacques Lacan, “Lacan en Italia 1953-1978”
Leo tiene 13 años cuando lo recibo en la consulta del hospital de día. La violencia de sus pasajes al acto lo han conducido recientemente al consejo de disciplina de su colegio: corre el riesgo de ser excluido y orientado hacia una clase especial.
Sus dificultades se remontan a su entrada al instituto dos años atrás. En ese momento se da cuenta de su comportamiento agresivo: se vuelve perturbador, provocador y peleador. El año siguiente está signado por un agravamiento de las perturbaciones. La derivación a un psiquiatra pasa a inscribirse como el último intento de “restablecer el vínculo con el ámbito escolar común”.
“Es a causa de ese tío”
Por medio de esta singular afirmación, Leo trata de explicarme las razones de su malestar actual: desde su entrada al instituto él ve un tipo bajito con orejas puntiagudas que le dice que haga cosas –“¡Rompe todo!”, o bien “¡Monta un follón!”–, órdenes que él escucha en situaciones en las que, según dice, aumenta el estrés. Esta actividad alucinatoria va acompañada de un abandono del cuerpo: “Me caigo y después me olvido de todo.”
Lo que él llama su estrés surge en situaciones en las que se ve confrontado a la demanda de los enseñantes o a la burla de sus compañeros –las palabras lo insultan. Estas palabras están, por homofonía, muy cercanas a su nombre propio. Se agita, golpea, rompe, para luego borrarse en una especie de olvido profundo.
El trastorno de conducta (TC) es uno de los motivos de consulta más corrientes en el niño y el adolescente. Este diagnóstico se inscribe en un registro más amplio de clasificaciones internacionales, conocido como de los trastornos externalizados, junto con el trastorno hipercinético y el trastorno oposicional con provocación. Leo presenta un TC. Pero este diagnóstico nada dice de lo que se trata para este joven al nivel de su experiencia.
Tenemos aquí a un chico invadido, sede de un automatismo mental. Detrás del “Uno se enfada, uno golpea al vecino”, detrás de su pasaje al acto, se presenta una alucinación visual correlativa con la frase: “¡Rompe todo, monta un follón!” De este modo, Leo responde a una orden. El estrés surge cuando el Otro se manifiesta, cuando el ambiente cobra la apariencia de un Otro consistente. Su modo de respuesta es la aparición del personaje que lo invita a hacer desaparecer al Otro.
Tenemos entonces el siguiente esquema: cuando el Otro ejerce presión sobre él, se da la aparición del fenómeno, el pasaje al acto, y después el desvanecimiento. Aun cuando el Otro se hace presente para Leo y es para él un Otro que adquiere consistencia amenazando su ser de sujeto, el exceso de goce con el que tiene que lidiar retorna, no ya sobre la imagen del Otro sino condensándose al nivel de su cuerpo. Entonces él se extrae de la escena, se desvanece y desaparece a su vez.
Enrojecimiento
Leo estaba muy apegado a uno de sus abuelos, un antiguo agente de seguridad que murió hace dos años, y de quien ha dicho que ha sido la persona más significativa para él. Su desaparición coincide con el comienzo de sus perturbaciones.
En una sesión Leo comunica un hecho nuevo: a la salida de un partido de fútbol, sus compañeros lo tratan de “imbécil”, adjudicándole la responsabilidad de su derrota. Él siente que le sube la tensión y su cabeza comienza a darle vueltas. Esta vez, en lugar de “enloquecer” o de desvanecerse, tiene que vérselas con una molestia precisa: un enrojecimiento en la cara. Este pequeño fenómeno va a localizar el goce que lo invade, y le permite evitar el pasaje al acto. Yo le digo: “Es una señal, una señal de seguridad”, intentando elevar ese fenómeno a la dignidad de un anudamiento que viene a sustituir la identificación imaginaria al agente de seguridad.
Esta seguridad nueva, declinada en diferentes registros, va a señalizar la existencia de este chico, en sus recuerdos y juegos, y va a producir un marcado alivio de la tensión en su entorno.
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Traducción de Le Zappeur nº 3: Diana Lerner
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Tomás Piotto, Elvira Tabernero y Gracia Viscasillas
Composición y revisión: Mariam Martín
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